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sábado, 16 de enero de 2021

El día que ardió el Capitolio

 

Capitolio de los Estados Unidos.

Los acontecimientos vividos en Washington el pasado 6 de enero, con un intento de golpe de Estado a cargo de los partidarios de Donald Trump, hacen volver a la memoria unos hechos ocurridos hace ahora 200 años, cuando un grupo de soldados británicos prendió fuego al Capitolio y la Casa Blanca.


Ese incendio fue uno de los episodios más dramáticos de un conflicto de algo más de dos años entre Estados Unidos y Reino Unido que comenzó en 1812 con la declaración de guerra firmada por el presidente James MadisonEstados Unidos tenía la convicción de que los británicos estaban pisoteando la soberanía del país, entre otras cosas por restringir el comercio con Europa o por obligar a marineros estadounidenses a trabajar en navíos de la flota británica.


En esa época el Reino Unido estaba inmerso en una guerra con el imperio francés de Napoleón y, si bien no tenía mayor interés en abrir otro frente con Estados Unidos, tampoco estaba dispuesto a dejarse vencer por su antigua colonia. Los británicos iniciaron un papel más ofensivo en 1814, después de que Napoleón se exiliara en la isla mediterránea de Elba. Sus tropas invadieron Washington con un objetivo primordial poner de rodillas a los norteamericanos quemando sus edificios públicos más emblemáticos.


Cuando los soldados llegaron a la Casa Blanca en las últimas horas del 24 de agosto de 1814, no encontraron combatientes desafiantes sino un banquete servido en la mesa. Dolley Madison, la esposa del presidente, lo había dejado listo por la tarde, como hacía todos los días para su esposo, pero ante la cercanía de los soldados se había visto forzada a escapar, como también lo había hecho el presidente.


Dolley escapó de la mansión presidencial, pero antes decidió llevarse un retrato de George Washington, el primer presidente del país, para salvarlo de las llamas. Fue una acción que todavía hoy está cargada de simbolismo, el cuadro es la obra de arte más antigua expuesta en la Casa Blanca.


Poco después de la fuga de Dolley Madison, los británicos encontraron la casa vacía, recorrieron sus habitaciones y finalmente las prendieron fuego. Una escena dantesca que dejaron escrita algunos militares de la época, "nunca olvidaré la majestuosidad destructora de las llamas a medida que las antorchas iluminaban las camas, las cortinas…” Aunque la ciudad de Washington tenía poco menos de una década como capital, el simbolismo de perder sus más emblemáticos edificios golpeó muy fuerte al país.


Pero Estados Unidos no se iba a dar por vencido. De hecho, el golpe sobre su capital hizo que tomara nuevos bríos para combatir a los británicos. Los estadounidenses, clamaban venganza y no sólo defendieron Baltimore, sino también evitaron que los británicos tomaran Nueva Orléans. De esta forma, los ciudadanos forjaron una nueva nación e identidad al olvidar sus diferencias internas.


El conflicto finalizó políticamente con la firma del Tratado de Gante, en diciembre de 1814, que restauró las relaciones entre los dos países. Washington se recuperó poco a poco y pudo mantenerse como capital del país a pesar de que algunos consideraban que estaba demasiado expuesta. La Casa Blanca fue reconstruida, aunque en vez de piedra se usó madera en algunas partes, lo que debilitó la estructura con el tiempo y obligó a nuevas obras a mediados del siglo XX.

viernes, 2 de octubre de 2020

El golpe que llegó de la mano de Alfonso XIII

 

La reciente polémica sobre si el rey Felipe VI cumple su papel constitucional, o si se lo salta a la torera, como parece haber sido el caso de su “llamada privada” al presidente del Consejo General del Poder Judicial, me sirve de base para recordar el golpe de Estado de 1923.


Miguel Primo de Rivera.


Se había consumado la mayor derrota militar desde 1898, y la decadencia española tocaba fondo provocando una grave crisis política que ponía en jaque a la propia monarquía de Alfonso XIII. En este complicado escenario fue tomando protagonismo la figura de Miguel Primo de Rivera, que había desarrollado la mayor parte de su carrera militar en destinos coloniales de ultramar como Cuba o Filipinas y Marruecos.


Miguel Primo de Rivera fue ascendido a teniente general en 1919 y pronto ocupó la Capitanía General de Madrid, desde donde defendió la tesis del abandono de las colonias norteafricanas, motivo por el que fue cesado. En 1922 fue nombrado capitán general de Barcelona y, desde esta posición, espoleado por el Desastre de Annual, comenzó a preparar un pronunciamiento militar que finalmente llegó el 13 de septiembre de 1923.


La reacción de Alfonso XIII ante el golpe de Estado de Primo de Rivera fue de respaldo al militar, mientras daba la espalda al Gobierno de Manuel García Prieto, que solicitaba la detención de los militares sublevados.


Existían antecedentes de la afinidad del monarca con el estamento militar, como el asalto a la revista satírica catalanista ¡Cu-Cut! y al diario La Veu de Catalunya en 1905, o también la crisis de las Juntas de Defensa, en 1917.


El rey acabó nombrando a Miguel Primo de Rivera jefe del Ejecutivo, bajo la forma de presidente del Directorio Militar. El hasta entonces capitán general de Barcelona tenía como estrategia inicial gobernar noventa días con el objetivo de regenerar el país y, posteriormente, dar un paso atrás devolviendo el poder al monarca.


En la proclama a su llegada al poder, Primo de Rivera invocó la necesidad de salvación de una España a la que había que liberar de aquellos profesionales de la política que habían llevado al país al llamado Desastre del 98 y que amenazaban con un final trágico y deshonroso.


El nuevo presidente destituyó a las autoridades provinciales y locales, suspendió la Constitución de 1876 y declaró el estado de guerra, mientras extendía a toda España el Somatén, la institución paramilitar catalana, con el objetivo de combatir el pistolerismo en las calles. Gobernó desde un partido único, la Unión Patriótica, más volcado en la administración que en la política.


La dictadura de Primo de Rivera se prolongó hasta el año 1930, sustituyendo el Directorio Militar por uno civil en 1925, en un intento de suavizar el régimen político tras una importante victoria del Ejército español en Alhucemas. Durante aquellos años, el Gobierno combatió el problema del separatismo y Francesc Macià, fundador en 1922 del partido Estat Català, se acabó convirtiendo en el símbolo de la resistencia catalana.


Claramente se trataba de institucionalizar la Dictadura. En 1927, se constituyó una Asamblea Nacional Consultiva, formada en su mayoría por miembros de citada Unión Patriótica elegidos por sufragio restringido, siguiendo el modelo italiano, en este caso el Consejo Fascista. Esta Asamblea fracasó rápidamente en su intento de redactar una ley fundamental que hiciera el papel de Constitución de la dictadura.


Hay que destacar que el gran éxito del Directorio tuvo lugar en África. El desembarco de Alhucemas en 1925 puso fin de la resistencia de las cábilas del Rif. Su líder Abd-el-Krim se entregó a las autoridades del Marruecos francés.


Por otra parte, señalar que la oposición a la dictadura abarcaba un amplio espectro político, desde algunos liberales y conservadores, hasta republicanos, socialistas, anarquistas, intelectuales y el movimiento estudiantil. Un elemento clave para el deterioro del régimen fue el creciente descontento en las filas del ejército ante las arbitrariedades de Primo de Rivera.


Tras el crak de la bolsa de Nueva York, en 1929, los problemas económicos se extendieron con gran rapidez por el mundo. El descontento social, con la vuelta de los movimientos obreros, vino a acrecentar la oposición a la dictadura.


Anciano, enfermo y sin apoyos sociales, el 27 enero 1930, Primo de Rivera presentó su dimisión al monarca, quién se apresuró a aceptarla. Dos meses después, el dictador fallecía en el exilio en París.

sábado, 7 de septiembre de 2019

Salvador Allende sigue en la memoria

Chile, uno de los países de Latinoamérica con mayor tradición democrática, era sacudido el 11 de septiembre de 1973, hace ahora 46 años, con un golpe militar, encabezado por el general  Pinochet. Pero no fue una sorpresa. El país vivía desde hacía meses en una tensión creciente y con el rumor permanente de un inminente golpe de Estado.

Última imagen con vida del presidente Allende, mientras La Moneda era bombardeada.
La verdad es que el golpe fue bien recibido por un amplio sector de la sociedad chilena, enemiga de las reformas y cansada de penurias económicas. Los militares desencadenaron una furibunda represión contra los partidarios de la Unión Popular (UP), que se saldó con miles de detenidos y centenares de muertos.

Dos semanas antes del golpe, el general Augusto Pinochet había sido designado por Salvador Allende comandante en jefe del Ejército. Sustituía al dimitido general Carlos Prats, que falto de apoyos en la cúpula militar, no pudo resistir la presión social de la derecha. Posteriormente, en 1974, sería asesinado por la policía política de la dictadura (DINA).

Augusto Pinochet, que era un hombre astuto, hermético y ambicioso, al que se consideraba un militar constitucionalista, logró que Allende confiara en su lealtad hasta  última hora. No había jugado un papel relevante en la preparación del golpe, pero cuando los organizadores se lo propusieron, no dudó en aprovechar la oportunidad histórica de encabezarlo.

En la madrugada del martes 11 de septiembre los barcos de la Armada chilena, que habían zarpado el día anterior para participar junto a buques estadounidenses en unas maniobras militares, regresaron a Valparaíso. Unos pocos cañonazos bastaron para ocupar las calles del puerto, la Intendencia y los centros de comunicación. Eran las 6 de la mañana.

El presidente Allende, advertido de los primeros movimientos golpistas de la Armada en Valparaiso, había llegado a La Moneda, acompañado de su guardia personal, a las 7,30 horas. En los alrededores del palacio ya se apostaban tropas rebeldes.

En una primera alocución por radio, Salvador Allende informó al país del levantamiento, que él suponía restringido a la Armada en Valparaíso. Quince minutos después las radios de oposición transmitieron la primera proclama de las Fuerzas Armadas.

Después de tratar inútilmente de comunicarse con los jefes de los tres ejércitos, Allende tuvo claro que los tres cuerpos estaban conjurados en el golpe. Entonces empezaron a sentirse los primeros disparos entre golpistas y francotiradores instalados en los edificios públicos próximos. A las 9,20 horas, Allende habló por última vez a través de Radio Magallanes. Con emotivas palabras, en el que sería su último discurso, se despidió del pueblo chileno.

Poco más tarde, los tanques comenzaron disparar intensamente contra La Moneda, desde donde los defensores respondieron el fuego. Allende rechazó el ofrecimiento de un avión para partir al exilio. Alrededor de las 11 horas, a instancias del presidente, un grupo de mujeres, entre las que se encontraban sus hijas, y funcionarios del gobierno abandonaron el palacio.

A las 12 horas cuatro aviones, se cree que pilotados por militares norteamericanos,  arrojaron durante quince minutos más de veinte bombas sobre el viejo edificio, que empezó a arder. El ataque a La Moneda constituyó la acción militar más emblemática del golpe, la más determinante para su éxito y un ejemplo de precisión, porque las bombas destruyeron el interior del inmueble pero no la fachada del palacio, la cual sólo quedó impactada por disparos de rifle y metralla.

El presidente resistió los ataques aéreos y terrestres dentro de La Moneda, junto con un grupo de fieles colaboradores, hasta que efectivos militares lograron entrar en el edificio por una puerta lateral. La guardia de Carabineros, encargada de custodiarlo, ya se había pasado a los golpistas. Cuando los militares ocuparon la planta baja, Allende instó a sus colaboradores a rendirse. Eran las 13,30 horas.
Oscar Soto, médico personal del mandatario, que ya se había entregado, escuchó una ráfaga de metralleta y ya no volvió a ver a Allende. Cuando el comandante Roberto Sánchez - otro fiel colaborador del presidente- entró al salón donde estaba el cuerpo de Salvador Allende, lo encontró con un fusil automático AK-47 dirigido a la mandíbula, pero puesto en tiro a tiro. Esta es una de las incógnitas que queda todavía por aclarar, la metralleta estaba puesta tiro a tiro y lo que se escuchó fue una ráfaga.

En los primeros momentos, existieron varias versiones sobre la muerte del presidente. Una, que murió combatiendo en la defensa del palacio, otra, que fue asesinado cuando se encontraba herido y  una última, que acabó suicidándose antes que rendirse, con la AK-47 que le había regalado Fidel Castro.

 Esta última hipótesis es la más aceptada después de que el mismo presidente, en su discurso radiofónico de despedida a través de Radio Magallanes, expresara: "pagaré con mi vida la lealtad del pueblo". Esta versión fue avalada por el testigo presencial Patricio Guijón, un médico colaborador de Allende, y aceptada  por la familia. Salvador Allende fue enterrado en el cementerio de Viña del Mar y con la llegada de la democracia en 1990 fue trasladado al de Santiago.

El 23 de mayo de 2011, a petición de la fiscalía, su cadáver fue exhumado para revisar las causas del fallecimiento. El equipo internacional que examinó el cuerpo confirmó que Salvador Allende se había suicidado.

sábado, 3 de agosto de 2019

Nobleza y burguesía contra la República (y III)

En memoria de mi querida amiga Adelina Lozano Pallares

En esta tercera y última parte se culmina la investigación sobre las conspiraciones  de nobleza y burguesía para llevar adelante el golpe de Estado del general Franco en 1936.

En este sentido, otra de las visitas constatadas en marzo de 1935, según el estudio del profesor Beneroso Santos, es la de Martínez Barrio, quien coincide en su estancia en Gibraltar con Franco. Aparentemente, y en su opinión, no guardan relación. Sin embargo, sí es cierto que Martínez Barrio es advertido por dirigentes masónicos gibraltareños de la presencia de Franco y de sus encuentros con las autoridades británicas y gibraltareñas.

Lógicamente, Martínez Barrio pone en conocimiento del gobierno republicano los hechos, a través de Lerroux, en ese momento presidente de Gobierno y ministro de Guerra. Barrio había asistido el día anterior a un acto político en Algeciras, representando al partido Unión Republicana. La intención del viaje de Martínez Barrio era la de visitar en Gibraltar logias masónicas de obediencia española, que en ese momento atravesaban una profunda crisis y graves enfrentamientos.

De la mano del profesor José Beneroso volvemos a la visita efectuada también a Gibraltar por el general Sanjurjo que se produce apenas transcurrido unos días de la visita efectuada por Franco, concretamente, el 26 de marzo. Las maniobras navales han finalizado, pero gran parte de los efectivos y sus mandos permanecen todavía en la zona. La llegada del general es reflejada en la prensa local.

En el centro Pablo Larios
La investigación no establece con certeza cómo llegó a Gibraltar, aunque sí cuándo pudo salir de Estoril. La salida se efectuó entre el 23 y el 25 de marzo y se barajan dos posibilidades sobre cómo se produjo su llegada. La primera que lo hiciese en barco. En este caso, se piensa que sería a través de la compañía Ybarra y Cia, que realizaba en 1935 la ruta Bilbao-Marsella con escalas en Lisboa y Gibraltar, entre otros puertos, por lo que bien pudo ser este el medio utilizado. Pero cabe la posibilidad, aunque es conocido que Sanjurjo no podía pisar territorio nacional, que viajase en coche, al igual que había sucedido a finales de abril de 1934 cuando llegó acompañado de su inseparable y leal ayudante de campo Emilio Esteban-Infantes a Gibraltar procedente del penal de Santa Catalina, en Cádiz, donde cumplía condena por los sucesos de agosto del 32, tras ser puesto en libertad, en el automóvil facilitado por un miembro de la familia Ybarra, Socorro Ybarra Hidalgo, condesa de Garvey.

Una vez en la ciudad, Sanjurjo se aloja en el Hotel Cecil, donde es recibido por un grupo de personalidades, civiles y militares. La investigación cree que la elección de este lugar no es aleatoria sino que estaba planificada con antelación. No era la primera vez que se hospedaba ahí. Anteriormente, el 25 de abril de 1934, también lo utilizó cuando esperaba para zarpar a bordo del buque holandés Galoeram, rumbo a Lisboa camino del exilio en Estoril.

Hotel Cecil.
El establecimiento hotelero pertenecía a los Bacarisas, familia de origen balear y de la que su hijo Gustavo era un destacado pintor. Era gente muy bien relacionada tanto con la oligarquía económica de Gibraltar como con la aristocracia y los empresarios jerezanos y sevillanos. En la prensa española aparece confirmada esta visita del general a Gibraltar para continuar su viaje a Lisboa. Le acompañan su esposa María Prieto Taberner y su hijo José.

En el hotel citado le aguardan, probablemente, un grupo de personas, españolas en su mayoría, integrado por militares y amigos, entre los que destacan los monárquicos refugiados en Gibraltar. Por esas fechas, en concreto el 18 de marzo, se había dictado sentencia de pena de muerte contra el general Barrera, principal organizador del golpe de agosto del 32. Había permanecido huido en París, pero en el mismo documento de la sentencia queda en libertad por la ley de amnistía de abril de 1934, aunque es expulsado del ejército.

General Sanjurjo.
Siempre según la citada investigación, el general Barreda es uno de los militares españoles que reciben a Sanjurjo, junto a García de la Herranz, muerto a comienzos de la contienda civil en extrañas circunstancias, general de brigada, su hombre de confianza en Sevilla en agosto del 32; Emilio Esteban-Infantes, teniente coronel de Estado Mayor, su inseparable asistente de campo y hombre de su absoluta fidelidad y el general Villegas, participante también en el levantamiento del 32 y que en esos momentos sirve de enlace con jefes militares de la Unión Militar Española (UME), como Galarza, Varela, Rodríguez del Barrio y el recién incorporado Goded, entre otros. Sobre la presencia de Martín-Pinillos, gobernador civil del Campo de Gibraltar, no existen noticias.

Entre los civiles aparecen miembros de las familias Larios, Ybarra, Domecq, Primo de Rivera, González, y personalidades y empresarios gibraltareños y británicos como Lionel Imossi, Auckland Geddes, Crichton-Stuart, Harington, Beattie y Gómez Beare entre otros. Otras personas destacadas son el marqués de Real Tesoro y conde de Villamiranda y Ricardo Goizueta, amigo personal de Sanjurjo, que aparecía como refugiado monárquico y al frente de Tarik Petroleum en esas fechas, una de las empresas vinculadas a Juan March en Gibraltar. Entre los presentes abundan elementos monárquicos y también aparecen algunos masones pertenecientes a logias gibraltareñas.

A Pablo Larios, marqués de Marzales, la investigación le da un gran protagonismo en esta visita, había sido presidente del Royal Calpe Hunt durante más de cuarenta años y del Calpe Rowing Club desde 1896 hasta 1925. Como se ha reseñado es en las sedes de estas asociaciones donde se llevan a cabo las reuniones con Sanjurjo.

Las más importantes familias gibraltareñas y también de las más ricas pertenecían o estaban muy vinculadas a estas sociedades. Se puede considerar a la familia Larios el centro neurálgico de la alta sociedad gibraltareña y de la española residente allí o afincada en los alrededores de la colonia, y como tal ejercerá en la visita de Sanjurjo.

Resaltar que muchas de estas familias estaban emparentadas entre sí, como los Ybarra y los Domecq. De hecho, hacía pocos días que miembros de estas dos familias muy afincadas, y con intereses muy importantes en Gibraltar, habían asistido en Jerez al compromiso matrimonial de Maribel Ybarra Ybarra y Luis Domecq Rivero, por la que se unían dos de las más poderosas familias andaluzas.

La investigación resalta las muchas especulaciones que existen entre el viaje de Sanjurjo y su relación con la efectuada por Franco. Es evidente que no se trata de una casualidad, pero existen razones suficientes para afirmar que no estaban acordadas, aunque sí parece que la de Sanjurjo es consecuencia directa de la que realiza Franco.

Desde la óptica castrense, en cierto modo, Franco asume con su visita un papel que le corresponde a Sanjurjo, su “superior natural”, único militar en “activo” que había logrado alcanzar el grado de teniente general antes de la reforma militar de Azaña, con lo que esto suponía.

En cierto modo Sanjurjo viaja a Gibraltar para ejercer un derecho que legítimamente cree que le corresponde, el ser reconocido como el principal jefe militar del Ejército y único que puede aglutinar bajo su dirección a todos los sectores militares. Cuenta para ello, además de con la mayor parte de la jerarquía militar, con el apoyo incondicional de los monárquicos, facción política muy arraigada en Gibraltar desde abril del 31.

Era manifiesto que, debido a su trayectoria militar, había prácticamente logrado todo y de forma brillante. Era respetado por todos los militares y poseía la autoridad moral para erigirse en un hipotético liderazgo. Durante la Guerra de África alcanzó el grado de general de división y le fue concedido el título de marqués del Rif. Posteriormente fue nombrado director de la Guardia Civil, cargo que compatibilizaría con el de Alto Comisario en Marruecos, y que ejercía cuando Alfonso XIII dejó el trono, jugando un papel decisivo en la proclamación de la República.

Sin embargo, los graves sucesos de Castilblanco y Arnedo, entre diciembre de 1931 y enero de 1932, provocaron, aunque de forma disimulada, una fulminante destitución en la dirección de la Guardia Civil. Azaña relevó a Sanjurjo por Cabanellas, pasando aquel a dirigir el Cuerpo de Carabineros, lo que siempre consideró, a todos los efectos, un paso atrás en su carrera militar.
Ocupaba este cargo cuando el 10 de agosto de 1932 participa de forma activa en la sublevación contra la República en Sevilla. Sanjurjo representaba en marzo de 1935, para una gran parte del conservadurismo español y del estamento militar, la moderación, una opción clara, firme y fiable para corregir la “deriva” política del país y frenar el proceso revolucionario en curso.

En Gibraltar, el general expone que confía en el apoyo de un amplio sector político, integrado fundamentalmente por cedistas, falangistas, tradicionalistas y alfonsinos, e incluso de los radicales de Lerroux, concediéndosele así un alto grado de legitimidad y de aquiescencia social por la confluencia de fuerzas a su proyecto.

En la conclusión del trabajo de investigación del profesor Beneroso, al que se viene haciendo referencia es estas páginas, se señala que si aparentemente, pudiese parecer que Sanjurjo va a Gibraltar para ratificar lo acordado por Franco en su visita anterior, lo cierto es que no.
No existía en marzo de 1935, tampoco antes la hubo, amistad entre ellos. La relación siempre se mantuvo en los estrictos términos militares. Esto tuvo un particular significado en la planificación y ejecución de la sublevación de julio de 1936. Es posible que, en esas fechas, Sanjurjo tuviese un plan trazado y bastante adelantado, que consistía, como proyecto de gobierno, en la convocatoria de elecciones y la restauración de la monarquía no ya en la persona de Alfonso XIII, sino en la del infante don Juan, tras un breve gobierno regente de transición que él mismo encabezaría, contando con el apoyo de un importante sector político y gran parte del Ejército.

Es indudable que a pesar de la consideración que le tenían los militares a Franco, es Sanjurjo, como se ha dicho, el jefe “natural” y a quien le correspondería dirigir, al frente del Ejército, una posible acción contra la República.

Como también ya se ha mencionado Martínez Barrio, advertido por la masonería gibraltareña, informa de la presencia de Franco en Gibraltar directamente a Lerroux. Le informa, de forma oficial, en calidad de presidente de Gobierno, y ministro de Guerra, a pesar de las discrepancias, personales, políticas y masónicas, existentes entre ambos.

Sanjurjo, que también había sido informado por elementos monárquicos residentes en el Peñón (Ybarra, Larios, etc.), decidió inmediatamente visitar Gibraltar y conocer de primera mano lo realizado por Franco en su visita. Monárquicos y miembros de varios grupos políticos de derecha se encargan de organizar el viaje, para, entre otras cosas, intentar frenar la, cada vez mayor, ambición del militar gallego.

En sus conclusiones los investigadores insisten en reafirmar que los intereses económicos extranjeros, en particular los británicos, no correrían peligro al desaparecer el régimen republicano. Desde la revolución de octubre del 34, el Foreign Office contemplaba la posibilidad que se produjese en España un levantamiento revolucionario similar al ruso.

En definitiva, la visita de Sanjurjo intenta contrarrestar la iniciativa de Franco, que contaba con el respaldo de Juan March, haciendo prevalecer ante los británicos su hegemonía en el control y mando del Ejército, que sería sin duda el principal protagonista en la desarticulación de la República. La relación entre ambos militares adquiere ahora su importancia y también pasa a un primer plano. La desconfianza era mutua y así seguirá siendo hasta la muerte de Sanjurjo en otro extraño accidente. Que formasen parte del complot del 36 no significaría que existiese acuerdo. Fueron, principalmente, Mola y Cabanellas los que lo hicieron posible.

Para completar algunos aspectos de lo abordado en este capítulo parece aconsejable conocer el papel que jugaba España en el escenario internacional en esas fechas y que resume bien el profesor Del Campo en su trabajo, ya citado “Franco en Gibraltar y sus consecuencias”.

En el primer tercio del siglo XX España era un país de segunda o tercera fila, con escasa autonomía y una posición estratégica que lo colocaba en el punto de mira de las grandes potencias europeas. Es verdad que nunca dejó de reclamar la devolución de Gibraltar, pero ni era fuerte para cumplimentarla por sí mismo ni faltaron propuestas de canje con Ceuta o las Chafarinas, siempre rechazadas.

En aquel tiempo Gibraltar era, como ahora, un enclave esencialmente militar y comercial. En lo comercial destacaban el abastecimiento de carbón y las actividades ilegales del contrabando o el tráfico de capitales. Entonces, España suministraba a la colonia británica vivienda y mano de obra poco especializada y los vínculos entre La Roca y esa parte de Andalucía eran muchos y muy fuertes, no solo a nivel económico sino también social y cultural.

Por su parte, la gibraltareña era una población sumisa y poco problemática para el Gobierno británico, que apenas le reconocía derechos políticos y en la que el gobernador militar ejercía todos los poderes. En la colonia la proclamación en abril de 1931 de la Segunda República Española, aunque produjo inquietud en los sectores conservadores británicos, no tuvo gran influencia en la relación entre ambos países. España seguía siendo subsidiaria de Francia y de Gran Bretaña y a lo sumo solo era capaz de producir una política de gestos. Gran Bretaña y Francia tenían fuertes inversiones en la Península y nosotros carecíamos de una política exterior clara.

La antipatía que bien pronto mostró Gran Bretaña hacia la Segunda República se basaba, por una parte, en el miedo al comunismo y, por otra, en el temor a que se lesionaran los intereses británicos en España, que se intensificó mucho con la victoria electoral del Frente Popular en 1936.
A partir del 18 de julio de ese año a Gibraltar, tantas veces lugar de acogida de refugiados españoles durante el siglo XIX, comenzaron a llegar conservadores de buena posición, como el duque de Alba y el III marqués de Larios, que temían el estallido de una revolución. En el Peñón encontraron un ambiente propicio para conspirar de cara a un golpe de Estado de signo derechista.

Por otro lado, las remotas posibilidades que ofrecía la nueva situación para implicarse en una acción ofensiva contra Gran Bretaña en el Estrecho pronto se diluyeron y Gran Bretaña fue imponiendo a la flota republicana toda clase de trabas para repostar y abastecerse, facilitando al mismo tiempo al ejército de Franco ayudas, suministros e información.

En Gibraltar, los republicanos contaban con la simpatía de los obreros, pero el gobernador Harington y las élites de La Roca estaban más próximos a los sublevados. En los primeros momentos del conflicto las principales preocupaciones inglesas fueron la evacuación de súbditos británicos en España y la gestión de la llegada masiva de refugiados a la colonia.

Por si lo anterior no fuera suficiente, la situación internacional tendía a favorecer a los rebeldes. La ya citada constitución en 1936 a iniciativa británica de un Comité de No Intervención destinado teóricamente a garantizar que la guerra no saliese de las fronteras españolas y a vetar la ayuda internacional a ambos bandos, fue en la práctica una escenificación del abandono de la República por las potencias occidentales.


sábado, 20 de julio de 2019

Nobleza y burguesía contra la República (I)

Acaba de cumplirse, el pasado 18 de julio, el 83 aniversario del golpe de Estado del general Franco contra la República Española. Un hecho que fue precedido de una vasta conspiración en la que además de los militares tuvieron un papel determinante tanto la nobleza como destacadas familias de la burguesía española.

Una cuestión que se aborda en el libro “Asesinato, masonería y franquismo” del periodista Ramón Triviño, en el que el autor trata de esclarecer los hechos que se produjeron en los meses previos al golpe militar y que, en concreto, se investiga en el capítulo X de la citada obra, titulado “Gibraltar, Franco y la alta burguesía”. Durante las próximas semanas se ofrecerá aquí un extenso resumen.

La investigación aborda el papel que jugó el territorio de Gibraltar 
en la preparación del golpe de Estado de 1936.
La investigación se centra en el papel que jugó el territorio del Campo de Gibraltar, con el Peñón incluido, en la preparación del golpe de Estado de 1936. Así como el cambio de rumbo que tomaron los planes de los golpistas tras la visita de Franco a la Roca en 1935. Por supuesto, también se estudia la relación con los citados preparativos de acaudaladas familias españolas, entre ellas los Larios, sin olvidar la presencia de la masonería. Una investigación todavía abierta pero de la que, con el paso del tiempo, se van conociendo más detalles.

Es curioso lo que afirma el profesor Salustiano del Campo en su obra “Franco y Gibraltar” en donde muestra su extrañeza de que en ninguna de las dos grandes biografías de Franco publicadas, las de Paul Preston y Stanley Payne y Jesús Palacios, se menciona la visita realizada por Franco a Gibraltar el 8 de marzo de 1935.
En su visita a Gibraltar el general Franco mantuvo reuniones que le llevaron a rediseñar la sublevación de 1936 que marcaría la historia reciente de España. No fue una visita secreta ya que el periódico “Gibraltar Chronicle” publicó una información sobre el particular al día siguiente.

Está contrastado que Franco, entonces jefe superior militar del Protectorado y que se disponía a incorporarse a su nuevo puesto en Marruecos, llega a Algeciras el día 6 de marzo de 1935, después de toda la noche viajando en tren desde la estación madrileña de Atocha. Lo recibe Luis Martín-Pinillos, comandante militar de Algeciras, con quien acuerda posponer el traslado al otro lado del Estrecho, con el argumento de que hacía días que un fuerte temporal de levante había cortado el tráfico entre la península y la costa africana.

Con esto obtiene lo que los investigadores José Beneroso Santos y Belén López Collado, en su trabajo “Gibraltar, marzo de 1935. Diseño de una conspiración” consideran "la excusa perfecta" para quedarse en Algeciras y, de ahí, desplazarse al Peñón "sin levantar sospechas".

Según el citado trabajo, la reunión mantenida por Franco es sumamente importante porque se piensa que a partir de ese momento es cuando se produce un viraje en la ideología, es decir, en los fundamentos del futuro golpe de Estado, que hasta entonces estaba siendo gestado por elementos monárquicos o muy próximos a éstos.

Los intereses económicos de importantes empresarios españoles,
con Juan March a la cabeza, inclinaron la balanza  para que el levantamiento
fuera dirigido por un militar sin convicción política definida.

Este cambio de rumbo hacia lo militar, o mejor dicho sin un planteamiento claro del régimen político a adoptar tras el derrocamiento de la República, puede definir perfectamente el malestar, la desconfianza exterior que la vuelta de los Borbones producía para poder frenar el presunto peligro marxista en ciernes sobre España.

Los intereses económicos, no solo ya británicos, sino de otras naciones pero también de importantes empresarios españoles con Juan March a la cabeza, inclinaron la balanza para que el levantamiento fuera dirigido por un militar sin convicción política definida, y para March esa fue la razón fundamental para elegir al militar más capacitado para neutralizar una revolución como ya había demostrado en Asturias.

Un militar, muy ambicioso en el plano personal, que aunque contaba con un gran respeto de sus compañeros también despertaba un gran recelo porque nunca tuvo un posicionamiento claro, haciendo de la indecisión y la ambigüedad su principios ideológicos.

En el ya citado trabajo del profesor Salustiano del Campo se dibuja bien el perfil del general Franco en esos momentos. Según Del Campo desde 1931 y por diversos motivos Franco se había granjeado la desconfianza de un amplio sector de monárquicos y militares, y en 1932 negó su ayuda a Sanjurjo, lo que pudo ser probablemente la causa por la que fue destinado a Baleares en febrero de 1933.

Su intervención en los sucesos de Asturias de 1934 le rehabilitó ante los militares, al habérsele concedido la Gran Cruz del Mérito Militar y nombrado Jefe Superior de las tropas de Marruecos en febrero de 1935. Estos hechos le hicieron aparecer entonces en el ámbito militar como un elemento a tener en cuenta por las clases pudientes españolas.

Tras la entrada de Gil Robles en el gobierno de la República como ministro de la Guerra, Franco regresó a la península y fue nombrado Jefe del Estado Mayor, cargo de máximo prestigio que desempeñó hasta febrero de 1936, aunque sin el apoyo unánime del Ejército. Su siguiente destino fue Canarias, que siempre consideró como un castigo que atribuyó a la animadversión que sentía Azaña por él, algo que influyó mucho en su comportamiento posterior.

Poco tiempo antes de su nombramiento como Jefe Superior de las fuerzas militares de Marruecos, Rico Avelló, Alto Comisario de España en ese país, había conseguido que este cargo dependiera de su autoridad y que no se permitiera ninguna acción militar sin su autorización previa.

A las pocas semanas de incorporarse Franco a su nuevo destino, pidió que las tropas indígenas marroquíes pasaran a depender del Jefe Superior de las fuerzas militares y dejaran de estar a las órdenes del Delegado de Asuntos Indígenas, que era el general Capaz. Con esta petición Franco no solo anuló a Capaz, sino que logró aumentar de forma considerable la aceptación por los militares de un mando único, el suyo.

El citado Alto Comisario de España en Marruecos, parecía desconfiar de Franco como militar que se había enfrentado a la República y al que no se le conocía vinculación importante con la monarquía. Pese a todo, la relación de Franco con Rico era mucho mejor que la que tenía con otros militares más próximos a la monarquía como Sanjurjo y Mola.

Sanjurjo era un monárquico posibilista, que en 1931 aceptó la República, a la vez que se inclinaba sobre todo por una dictadura militar republicana en la que él mismo sería el presidente hasta que se celebraran elecciones y se restaurara la monarquía.

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