Una cuestión que se aborda en el libro “Asesinato, masonería y franquismo” del periodista Ramón Triviño, en el que el autor trata
de esclarecer los hechos que se produjeron en los meses previos al golpe
militar y que, en concreto, se investiga en el capítulo X de la citada obra,
titulado “Gibraltar, Franco y la alta
burguesía”. Durante las próximas semanas se ofrecerá aquí un extenso
resumen.
La investigación aborda el papel que jugó el
territorio de Gibraltar
en la preparación del golpe de Estado de 1936.
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La investigación se centra en el papel que
jugó el territorio del Campo de Gibraltar, con el Peñón incluido,
en la preparación del golpe de Estado de 1936. Así como el cambio de
rumbo que tomaron los planes de los golpistas tras la visita de Franco a
la Roca en 1935. Por supuesto, también se estudia la relación con los
citados preparativos de acaudaladas familias españolas, entre ellas los Larios,
sin olvidar la presencia de la masonería. Una investigación todavía abierta
pero de la que, con el paso del tiempo, se van conociendo más detalles.
Es curioso lo que afirma el profesor Salustiano
del Campo en su obra “Franco y Gibraltar” en donde muestra su extrañeza de
que en ninguna de las dos grandes biografías de Franco publicadas, las
de Paul Preston y Stanley Payne y Jesús Palacios, se
menciona la visita realizada por Franco a Gibraltar el 8 de marzo
de 1935.
En su visita a Gibraltar el general Franco
mantuvo reuniones que le llevaron a rediseñar la sublevación de 1936 que
marcaría la historia reciente de España. No fue una visita secreta ya
que el periódico “Gibraltar Chronicle” publicó una información sobre el
particular al día siguiente.
Está contrastado que Franco, entonces
jefe superior militar del Protectorado y que se disponía a incorporarse
a su nuevo puesto en Marruecos, llega a Algeciras el día 6 de
marzo de 1935, después de toda la noche viajando en tren desde la estación
madrileña de Atocha. Lo recibe Luis Martín-Pinillos, comandante
militar de Algeciras, con quien acuerda posponer el traslado al otro lado
del Estrecho, con el argumento de que hacía días que un fuerte temporal
de levante había cortado el tráfico entre la península y la costa africana.
Con esto obtiene lo que los investigadores José
Beneroso Santos y Belén López Collado, en su trabajo “Gibraltar, marzo de 1935. Diseño de una
conspiración” consideran "la excusa perfecta" para quedarse en Algeciras
y, de ahí, desplazarse al Peñón "sin levantar sospechas".
Según el citado trabajo, la reunión mantenida
por Franco es sumamente importante porque se piensa que a partir de ese
momento es cuando se produce un viraje en la ideología, es decir, en los
fundamentos del futuro golpe de Estado, que hasta entonces estaba siendo
gestado por elementos monárquicos o muy próximos a éstos.
Este cambio de rumbo hacia lo militar, o
mejor dicho sin un planteamiento claro del régimen político a adoptar tras el
derrocamiento de la República, puede definir perfectamente el malestar,
la desconfianza exterior que la vuelta de los Borbones producía para
poder frenar el presunto peligro marxista en ciernes sobre España.
Los intereses económicos, no solo ya
británicos, sino de otras naciones pero también de importantes empresarios
españoles con Juan March a la cabeza, inclinaron la balanza para que el
levantamiento fuera dirigido por un militar sin convicción política definida, y
para March esa fue la razón fundamental para elegir al militar más
capacitado para neutralizar una revolución como ya había demostrado en Asturias.
Un militar, muy ambicioso en el plano
personal, que aunque contaba con un gran respeto de sus compañeros también
despertaba un gran recelo porque nunca tuvo un posicionamiento claro, haciendo
de la indecisión y la ambigüedad su principios ideológicos.
En el ya citado trabajo del profesor Salustiano
del Campo se dibuja bien el perfil del general Franco en esos
momentos. Según Del Campo desde 1931 y por diversos motivos Franco
se había granjeado la desconfianza de un amplio sector de monárquicos y
militares, y en 1932 negó su ayuda a Sanjurjo, lo que pudo ser
probablemente la causa por la que fue destinado a Baleares en febrero de
1933.
Su intervención en los sucesos de Asturias
de 1934 le rehabilitó ante los militares, al habérsele concedido la Gran
Cruz del Mérito Militar y nombrado Jefe Superior de las tropas de Marruecos
en febrero de 1935. Estos hechos le hicieron aparecer entonces en el ámbito
militar como un elemento a tener en cuenta por las clases pudientes españolas.
Tras la entrada de Gil Robles en el
gobierno de la República como ministro de la Guerra, Franco
regresó a la península y fue nombrado Jefe
del Estado Mayor, cargo de máximo prestigio que desempeñó hasta
febrero de 1936, aunque sin el apoyo unánime del Ejército. Su siguiente
destino fue Canarias, que siempre consideró como un castigo que atribuyó
a la animadversión que sentía Azaña por él, algo que influyó mucho en su
comportamiento posterior.
Poco tiempo antes de su nombramiento como Jefe
Superior de las fuerzas militares de Marruecos, Rico Avelló, Alto
Comisario de España en ese país, había conseguido que este cargo dependiera
de su autoridad y que no se permitiera ninguna acción militar sin su
autorización previa.
A las pocas semanas de incorporarse Franco
a su nuevo destino, pidió que las tropas indígenas marroquíes pasaran a
depender del Jefe Superior de las fuerzas militares y dejaran de estar a
las órdenes del Delegado de Asuntos Indígenas, que era el general Capaz.
Con esta petición Franco no solo anuló a Capaz, sino que logró
aumentar de forma considerable la aceptación por los militares de un mando
único, el suyo.
El citado Alto Comisario de España en
Marruecos, parecía desconfiar de Franco como militar que se había
enfrentado a la República y al que no se le conocía vinculación
importante con la monarquía. Pese a todo, la relación de Franco con Rico
era mucho mejor que la que tenía con otros militares más próximos a la
monarquía como Sanjurjo y Mola.
Sanjurjo era un
monárquico posibilista, que en 1931 aceptó la República, a la vez que se
inclinaba sobre todo por una dictadura militar republicana en la que él mismo
sería el presidente hasta que se celebraran elecciones y se restaurara la
monarquía.
Próximo
capítulo: Nobleza y burguesía contra la República (II)
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