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sábado, 2 de enero de 2021

El rey que no pudo reinar

 

Juan de Borbón.

Juan de Borbón y Battenberg, nacido en el Real Sitio de San Ildefonso (Segovia) el 20 de junio de 1913 y fallecido en Pamplona el 1 de abril de 1993, fue jefe de la Casa Real española entre 1941 y 1977 y, como tal, pretendiente al trono de España. Referido habitualmente como don Juan de Borbón o como conde de Barcelona, de haber reinado lo habría hecho como Juan III. A pesar de no haber sido rey su sepulcro se encuentra en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial e incluye la siguiente inscripción latina, “Ioannes III, comes Barcinonae” (Juan III, conde de Barcelona).


Tercer hijo varón de Alfonso XIII y de Victoria Eugenia de Battenberg, en 1933 asumió los derechos dinásticos como heredero de su padre, en el exilio desde 1931. Así, tras la renuncia a la jefatura de la Casa Real de su padre en 1941, poco antes de su muerte, Juan de Borbón se convirtió en pretendiente al trono de España. Como órgano consultivo contó desde 1946 hasta su disolución en 1969 con un Consejo Privado, al que se añadió un secretariado político con funciones ejecutivas, también disuelto en 1969.


La designación en julio de 1969 por parte de Francisco Franco de Juan Carlos, varón primogénito de Juan de Borbón, como sucesor en la jefatura del Estado, alteró notablemente las relaciones hasta entonces mantenidas entre Juan de Borbón y el general Franco, así como las mantenidas entre padre e hijo, que pasaron a sostener posiciones políticas no coincidentes y a veces contrarias.


Juan de Borbón descendiente directo de un rey en su calidad de heredero legítimo de Alfonso XIII como tercer hijo varón, sus dos hermanos mayores, Alfonso y Jaime, renunciaron a sus derechos sucesorios por sus taras físicas, ya que ambos eran hemofílicos y el segundo sordomudo, era además progenitor de otro rey Juan Carlos I de Borbón y Borbón-Dos Sicilias, su segundo hijo, tras la infanta Pilar y antes de los infantes Alfonso y Margarita.


Pero en sus 80 años de vida Juan de Borbón y Battenberg nunca fue rey debido a las

circunstancias vitales del único titular de la dinastía borbónica española que no pudo reinar.


Había nacido cuando la España de la Restauración afrontaba los primeros problemas graves de estabilidad política y socioeconómica bajo fórmulas liberal parlamentarias. Vivió su juventud al amparo de una dictadura militar auspiciada por su padre y que llevaría al rey al exilio.


Desde la proclamación de la Segunda República en 1931 se convirtió con 18 años en un exiliado, primero en Gran Bretaña y luego en Francia, Italia, Suiza y Portugal durante el resto de su vida, con breves visitas a España hasta su regreso definitivo en 1982.


Si Juan de Borbón no fue rey, la razón hay que encontrarla en la convulsa historia de España en los decenios centrales del siglo XX, que dieron al traste con una monarquía autoritaria a su inicio y configuraron de otra nueva monarquía democrática a su término, previo “salto dinástico” de su persona. En este proceso el papel de hijo de Alfonso XIII fue relevante pero no decisorio.


A pesar de sus virtudes o defectos, era “un Borbón” desde su estatura corpulenta hasta su nariz aguileña y prominente cabeza; desde su sentido del deber institucional hasta su trato desinhibido y campechano; desde su pasión por los deportes hasta su gusto por las mujeres, incluyendo su feliz matrimonio, plenamente voluntario, con su prima María de las Mercedes. A lo que hay que añadir su escasa formación cultural inicial hasta su creciente capacidad para la maniobra política, fruto más de su dilatada trayectoria vital que de la reflexión intelectual.


Su posición como pretendiente siempre estuvo condicionada por su adversario y, a veces, enemigo abierto, el dictador Francisco Franco Bahamonde. Sin duda, las relaciones entre el pretendiente y el general Franco fueron decisivas para el futuro de España.


Las primeras relaciones entre los dos personajes ya dejaban entrever la distinta situación vital de cada uno. Mientras Franco ascendía durante la Guerra Civil los escalones que le llevarían a protagonizar una larga dictadura, el tercer hijo de un rey exiliado trataba inútilmente de combatir entre sus filas como soldado raso y anónimo.


La negativa de Franco a aceptar su presencia en el frente era bastante interesada, ya que buscaba “fundar” un “Estado Nuevo” y no “restaurar” una monarquía ligada al “liberalismo caduco”. Así se lo había dicho al propio Alfonso XIII en 1937

al afirmar que “la nueva monarquía tendría que ser muy distinta de la que cayó el 14 de abril de 1931”.


Entre 1941, tras su conversión en titular de los derechos sucesorios, y hasta 1948, tras su primera entrevista personal con Franco a bordo del yate Azor en la costa cantábrica, las relaciones de Juan de Borbón con el general atravesaron diversas etapas presididas la confrontación entre sus respectivas políticas.


Pero ni siquiera la declaración de “ruptura” con el régimen del célebre manifiesto de Lausana en 1945, suscrito por el aspirante al trono, hizo mella en la actitud del dictador. Además, las grandes democracias no tenían ninguna intención de propiciar la desestabilización de España por el interés geoestratégico de la península Ibérica para la defensa de Europa occidental que conllevaba la aceptación de la existencia del franquismo como mal menor.


Juan de Borbón jugó una carta decisiva en su relación con Franco en 1948, al negociar con él que su hijo y heredero, Juan Carlos, fuera educado en España para que no fuera un extraño en su propia patria. Franco aceptó la propuesta porque ya había descartado al padre del futuro rey como heredero.


Fue un acuerdo de mínimos de indudable alcance histórico. Veinte años después, en el verano de 1968, Franco nombró a Juan Carlos “sucesor a título de rey”. Juan de Borbón esperó casi otros 10 años, hasta estar ya formalmente convocadas las elecciones generales de junio de 1977, para ceder sus derechos dinásticos en quien ya era rey.


En un discurso pronunciado en el Palacio de la Zarzuela el 14 de mayo de 1977, hizo renuncia de sus derechos dinásticos en favor de su hijo Juan Carlos, que ya había sido proclamado rey ante las Cortes franquistas el 22 de noviembre de 1975, con el dictador ya muerto, manteniendo para sí mismo la denominación de conde de Barcelona.

sábado, 19 de octubre de 2019

Monumento a la ignominia. La historia del Valle de los Caídos

El Valle de los Caídos es un monumento de grandes dimensiones coronado por una cruz, la más alta del mundo, y que cuenta con una escalinata, una explanada, una basílica y una abadía. Todo está decorado con mosaicos y esculturas que exaltan la relación entre la religión y el franquismo.

El Tribunal Supremo acordó el 24 de septiembre de este año que los restos del dictador Francisco Franco debían ser exhumados del Valle de los Caídos y trasladados al panteón del cementerio de Mingorrubio en la localidad madrileña de El Pardo. El fallo llegó tras una larga pelea judicial entre la familia del dictador y el Gobierno.

Valle de los Caídos.
Nada más llegar a La Moncloa tras la moción de censura de junio de 2018, el actual presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, anunció que el nuevo Ejecutivo exhumaría a Franco del Valle de los Caídos. A los pocos días puso una fecha, sería en julio de ese mismo año. Sin embargo, 15 meses después de aquella promesa, los restos del dictador seguían en el mismo lugar. Un largo contencioso entre el Ejecutivo, la iglesia Católica y la familia del dictador han sido los causantes de la demora.

El Gobierno aprueba el 24 de agosto de 2018 mediante un real decreto la modificación de dos puntos de la ley de Memoria Histórica para dar cobertura legal a la exhumación.

Ya en noviembre de 2011 la comisión de expertos para el futuro del Valle de los Caídos creada por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero recomendó la exhumación. No fue hasta mayo de 2017, con Mariano Rajoy en la Moncloa, cuando el Congreso de los Diputados aprobó una proposición no de ley del PSOE con el apoyo de Unidos Podemos y Ciudadanos y la abstención del  Partido Popular y Esquerra Republicana de Cataluña, para instar al Gobierno, en manos de los 'populares', a reformar la ley de Memoria Histórica para exhumar los restos del dictador.

Fue el dictador Francisco Franco, en 1939, quien mandó construir el Valle de los Caídos. El 1 de abril de 1940, justo un año después del último parte de la guerra civil española, firmó un decreto fundacional del monumento, que incluía frases como, "Es necesario que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido y que constituyan lugar de meditación y de reposo en que las generaciones futuras rindan tributo de admiración a los que les legaron una España mejor".

El Valle está enclavado en la sierra de Guadarrama, en el valle de Cuelgamuros que pertenece al municipio de San Lorenzo de El Escorial. Dista 55 kilómetros de Madrid.

Las obras, que se alargaron de 1940 a 1958, contaron con la participación de ingenieros especializados, pero el grueso del trabajo fue llevado a cabo por presos del régimen de Franco, a los que se obligaba a trabajar en condiciones muy duras a cambio de reducciones de pena. Rafael Torres afirmó en su libro Los esclavos de Franco que 20.000 presos republicanos participaron en la erección del monumento franquista.

El monumento se inauguró el 1 de abril de 1959, con un discurso de Franco en el que resaltó la relación entre los golpistas contra la Segunda República y la Iglesia y afirmó: "La anti-España fue vencida y derrotada, pero no está muerta".

Allí se enterró al general  Franco, cuando murió el 20 de noviembre de 1975 y fue el gobierno de entonces, encabezado por Arias Navarro, quien decidió que su cadáver fuese enterrado allí.
Antes, habían sido enterrados en el Valle de los Caídos los restos de José Antonio Primo de Rivera, creador de Falange. Fueron trasladados por varias cadenas de porteadores desde El Escorial hasta el valle de Cuelgamuros. Junto a Franco y Primo de Rivera, en el Valle de los Caídos hay enterrados casi 34.000 combatientes de la guerra civil, de los dos bandos.

Siempre fue un motivo de polémica, al ser  un monumento de exaltación del franquismo y el nacionalcatolicismo, al que peregrinan periódicamente los nostálgicos de la dictadura. Porque es el único gran monumento de Europa dedicado a la memoria de un dictador. Porque muchos de los enterrados en el Valle durante sus primeros años de existencia no fueron identificados correctamente y las familias no fueron informadas.

Dentro de la proposición no de ley del PSOE para exhumar los restos de Franco del Valle de los Caídos  se incluyó la necesidad de estudiar la nulidad de las condenas políticas de los tribunales franquistas. La iniciativa proponía "resignificar" el espacio para que  deje de ser un lugar de "memoria franquista y nacional católica" y se convierta en un espacio para la cultura de la reconciliación y la memoria colectiva democrática.



sábado, 3 de agosto de 2019

Nobleza y burguesía contra la República (y III)

En memoria de mi querida amiga Adelina Lozano Pallares

En esta tercera y última parte se culmina la investigación sobre las conspiraciones  de nobleza y burguesía para llevar adelante el golpe de Estado del general Franco en 1936.

En este sentido, otra de las visitas constatadas en marzo de 1935, según el estudio del profesor Beneroso Santos, es la de Martínez Barrio, quien coincide en su estancia en Gibraltar con Franco. Aparentemente, y en su opinión, no guardan relación. Sin embargo, sí es cierto que Martínez Barrio es advertido por dirigentes masónicos gibraltareños de la presencia de Franco y de sus encuentros con las autoridades británicas y gibraltareñas.

Lógicamente, Martínez Barrio pone en conocimiento del gobierno republicano los hechos, a través de Lerroux, en ese momento presidente de Gobierno y ministro de Guerra. Barrio había asistido el día anterior a un acto político en Algeciras, representando al partido Unión Republicana. La intención del viaje de Martínez Barrio era la de visitar en Gibraltar logias masónicas de obediencia española, que en ese momento atravesaban una profunda crisis y graves enfrentamientos.

De la mano del profesor José Beneroso volvemos a la visita efectuada también a Gibraltar por el general Sanjurjo que se produce apenas transcurrido unos días de la visita efectuada por Franco, concretamente, el 26 de marzo. Las maniobras navales han finalizado, pero gran parte de los efectivos y sus mandos permanecen todavía en la zona. La llegada del general es reflejada en la prensa local.

En el centro Pablo Larios
La investigación no establece con certeza cómo llegó a Gibraltar, aunque sí cuándo pudo salir de Estoril. La salida se efectuó entre el 23 y el 25 de marzo y se barajan dos posibilidades sobre cómo se produjo su llegada. La primera que lo hiciese en barco. En este caso, se piensa que sería a través de la compañía Ybarra y Cia, que realizaba en 1935 la ruta Bilbao-Marsella con escalas en Lisboa y Gibraltar, entre otros puertos, por lo que bien pudo ser este el medio utilizado. Pero cabe la posibilidad, aunque es conocido que Sanjurjo no podía pisar territorio nacional, que viajase en coche, al igual que había sucedido a finales de abril de 1934 cuando llegó acompañado de su inseparable y leal ayudante de campo Emilio Esteban-Infantes a Gibraltar procedente del penal de Santa Catalina, en Cádiz, donde cumplía condena por los sucesos de agosto del 32, tras ser puesto en libertad, en el automóvil facilitado por un miembro de la familia Ybarra, Socorro Ybarra Hidalgo, condesa de Garvey.

Una vez en la ciudad, Sanjurjo se aloja en el Hotel Cecil, donde es recibido por un grupo de personalidades, civiles y militares. La investigación cree que la elección de este lugar no es aleatoria sino que estaba planificada con antelación. No era la primera vez que se hospedaba ahí. Anteriormente, el 25 de abril de 1934, también lo utilizó cuando esperaba para zarpar a bordo del buque holandés Galoeram, rumbo a Lisboa camino del exilio en Estoril.

Hotel Cecil.
El establecimiento hotelero pertenecía a los Bacarisas, familia de origen balear y de la que su hijo Gustavo era un destacado pintor. Era gente muy bien relacionada tanto con la oligarquía económica de Gibraltar como con la aristocracia y los empresarios jerezanos y sevillanos. En la prensa española aparece confirmada esta visita del general a Gibraltar para continuar su viaje a Lisboa. Le acompañan su esposa María Prieto Taberner y su hijo José.

En el hotel citado le aguardan, probablemente, un grupo de personas, españolas en su mayoría, integrado por militares y amigos, entre los que destacan los monárquicos refugiados en Gibraltar. Por esas fechas, en concreto el 18 de marzo, se había dictado sentencia de pena de muerte contra el general Barrera, principal organizador del golpe de agosto del 32. Había permanecido huido en París, pero en el mismo documento de la sentencia queda en libertad por la ley de amnistía de abril de 1934, aunque es expulsado del ejército.

General Sanjurjo.
Siempre según la citada investigación, el general Barreda es uno de los militares españoles que reciben a Sanjurjo, junto a García de la Herranz, muerto a comienzos de la contienda civil en extrañas circunstancias, general de brigada, su hombre de confianza en Sevilla en agosto del 32; Emilio Esteban-Infantes, teniente coronel de Estado Mayor, su inseparable asistente de campo y hombre de su absoluta fidelidad y el general Villegas, participante también en el levantamiento del 32 y que en esos momentos sirve de enlace con jefes militares de la Unión Militar Española (UME), como Galarza, Varela, Rodríguez del Barrio y el recién incorporado Goded, entre otros. Sobre la presencia de Martín-Pinillos, gobernador civil del Campo de Gibraltar, no existen noticias.

Entre los civiles aparecen miembros de las familias Larios, Ybarra, Domecq, Primo de Rivera, González, y personalidades y empresarios gibraltareños y británicos como Lionel Imossi, Auckland Geddes, Crichton-Stuart, Harington, Beattie y Gómez Beare entre otros. Otras personas destacadas son el marqués de Real Tesoro y conde de Villamiranda y Ricardo Goizueta, amigo personal de Sanjurjo, que aparecía como refugiado monárquico y al frente de Tarik Petroleum en esas fechas, una de las empresas vinculadas a Juan March en Gibraltar. Entre los presentes abundan elementos monárquicos y también aparecen algunos masones pertenecientes a logias gibraltareñas.

A Pablo Larios, marqués de Marzales, la investigación le da un gran protagonismo en esta visita, había sido presidente del Royal Calpe Hunt durante más de cuarenta años y del Calpe Rowing Club desde 1896 hasta 1925. Como se ha reseñado es en las sedes de estas asociaciones donde se llevan a cabo las reuniones con Sanjurjo.

Las más importantes familias gibraltareñas y también de las más ricas pertenecían o estaban muy vinculadas a estas sociedades. Se puede considerar a la familia Larios el centro neurálgico de la alta sociedad gibraltareña y de la española residente allí o afincada en los alrededores de la colonia, y como tal ejercerá en la visita de Sanjurjo.

Resaltar que muchas de estas familias estaban emparentadas entre sí, como los Ybarra y los Domecq. De hecho, hacía pocos días que miembros de estas dos familias muy afincadas, y con intereses muy importantes en Gibraltar, habían asistido en Jerez al compromiso matrimonial de Maribel Ybarra Ybarra y Luis Domecq Rivero, por la que se unían dos de las más poderosas familias andaluzas.

La investigación resalta las muchas especulaciones que existen entre el viaje de Sanjurjo y su relación con la efectuada por Franco. Es evidente que no se trata de una casualidad, pero existen razones suficientes para afirmar que no estaban acordadas, aunque sí parece que la de Sanjurjo es consecuencia directa de la que realiza Franco.

Desde la óptica castrense, en cierto modo, Franco asume con su visita un papel que le corresponde a Sanjurjo, su “superior natural”, único militar en “activo” que había logrado alcanzar el grado de teniente general antes de la reforma militar de Azaña, con lo que esto suponía.

En cierto modo Sanjurjo viaja a Gibraltar para ejercer un derecho que legítimamente cree que le corresponde, el ser reconocido como el principal jefe militar del Ejército y único que puede aglutinar bajo su dirección a todos los sectores militares. Cuenta para ello, además de con la mayor parte de la jerarquía militar, con el apoyo incondicional de los monárquicos, facción política muy arraigada en Gibraltar desde abril del 31.

Era manifiesto que, debido a su trayectoria militar, había prácticamente logrado todo y de forma brillante. Era respetado por todos los militares y poseía la autoridad moral para erigirse en un hipotético liderazgo. Durante la Guerra de África alcanzó el grado de general de división y le fue concedido el título de marqués del Rif. Posteriormente fue nombrado director de la Guardia Civil, cargo que compatibilizaría con el de Alto Comisario en Marruecos, y que ejercía cuando Alfonso XIII dejó el trono, jugando un papel decisivo en la proclamación de la República.

Sin embargo, los graves sucesos de Castilblanco y Arnedo, entre diciembre de 1931 y enero de 1932, provocaron, aunque de forma disimulada, una fulminante destitución en la dirección de la Guardia Civil. Azaña relevó a Sanjurjo por Cabanellas, pasando aquel a dirigir el Cuerpo de Carabineros, lo que siempre consideró, a todos los efectos, un paso atrás en su carrera militar.
Ocupaba este cargo cuando el 10 de agosto de 1932 participa de forma activa en la sublevación contra la República en Sevilla. Sanjurjo representaba en marzo de 1935, para una gran parte del conservadurismo español y del estamento militar, la moderación, una opción clara, firme y fiable para corregir la “deriva” política del país y frenar el proceso revolucionario en curso.

En Gibraltar, el general expone que confía en el apoyo de un amplio sector político, integrado fundamentalmente por cedistas, falangistas, tradicionalistas y alfonsinos, e incluso de los radicales de Lerroux, concediéndosele así un alto grado de legitimidad y de aquiescencia social por la confluencia de fuerzas a su proyecto.

En la conclusión del trabajo de investigación del profesor Beneroso, al que se viene haciendo referencia es estas páginas, se señala que si aparentemente, pudiese parecer que Sanjurjo va a Gibraltar para ratificar lo acordado por Franco en su visita anterior, lo cierto es que no.
No existía en marzo de 1935, tampoco antes la hubo, amistad entre ellos. La relación siempre se mantuvo en los estrictos términos militares. Esto tuvo un particular significado en la planificación y ejecución de la sublevación de julio de 1936. Es posible que, en esas fechas, Sanjurjo tuviese un plan trazado y bastante adelantado, que consistía, como proyecto de gobierno, en la convocatoria de elecciones y la restauración de la monarquía no ya en la persona de Alfonso XIII, sino en la del infante don Juan, tras un breve gobierno regente de transición que él mismo encabezaría, contando con el apoyo de un importante sector político y gran parte del Ejército.

Es indudable que a pesar de la consideración que le tenían los militares a Franco, es Sanjurjo, como se ha dicho, el jefe “natural” y a quien le correspondería dirigir, al frente del Ejército, una posible acción contra la República.

Como también ya se ha mencionado Martínez Barrio, advertido por la masonería gibraltareña, informa de la presencia de Franco en Gibraltar directamente a Lerroux. Le informa, de forma oficial, en calidad de presidente de Gobierno, y ministro de Guerra, a pesar de las discrepancias, personales, políticas y masónicas, existentes entre ambos.

Sanjurjo, que también había sido informado por elementos monárquicos residentes en el Peñón (Ybarra, Larios, etc.), decidió inmediatamente visitar Gibraltar y conocer de primera mano lo realizado por Franco en su visita. Monárquicos y miembros de varios grupos políticos de derecha se encargan de organizar el viaje, para, entre otras cosas, intentar frenar la, cada vez mayor, ambición del militar gallego.

En sus conclusiones los investigadores insisten en reafirmar que los intereses económicos extranjeros, en particular los británicos, no correrían peligro al desaparecer el régimen republicano. Desde la revolución de octubre del 34, el Foreign Office contemplaba la posibilidad que se produjese en España un levantamiento revolucionario similar al ruso.

En definitiva, la visita de Sanjurjo intenta contrarrestar la iniciativa de Franco, que contaba con el respaldo de Juan March, haciendo prevalecer ante los británicos su hegemonía en el control y mando del Ejército, que sería sin duda el principal protagonista en la desarticulación de la República. La relación entre ambos militares adquiere ahora su importancia y también pasa a un primer plano. La desconfianza era mutua y así seguirá siendo hasta la muerte de Sanjurjo en otro extraño accidente. Que formasen parte del complot del 36 no significaría que existiese acuerdo. Fueron, principalmente, Mola y Cabanellas los que lo hicieron posible.

Para completar algunos aspectos de lo abordado en este capítulo parece aconsejable conocer el papel que jugaba España en el escenario internacional en esas fechas y que resume bien el profesor Del Campo en su trabajo, ya citado “Franco en Gibraltar y sus consecuencias”.

En el primer tercio del siglo XX España era un país de segunda o tercera fila, con escasa autonomía y una posición estratégica que lo colocaba en el punto de mira de las grandes potencias europeas. Es verdad que nunca dejó de reclamar la devolución de Gibraltar, pero ni era fuerte para cumplimentarla por sí mismo ni faltaron propuestas de canje con Ceuta o las Chafarinas, siempre rechazadas.

En aquel tiempo Gibraltar era, como ahora, un enclave esencialmente militar y comercial. En lo comercial destacaban el abastecimiento de carbón y las actividades ilegales del contrabando o el tráfico de capitales. Entonces, España suministraba a la colonia británica vivienda y mano de obra poco especializada y los vínculos entre La Roca y esa parte de Andalucía eran muchos y muy fuertes, no solo a nivel económico sino también social y cultural.

Por su parte, la gibraltareña era una población sumisa y poco problemática para el Gobierno británico, que apenas le reconocía derechos políticos y en la que el gobernador militar ejercía todos los poderes. En la colonia la proclamación en abril de 1931 de la Segunda República Española, aunque produjo inquietud en los sectores conservadores británicos, no tuvo gran influencia en la relación entre ambos países. España seguía siendo subsidiaria de Francia y de Gran Bretaña y a lo sumo solo era capaz de producir una política de gestos. Gran Bretaña y Francia tenían fuertes inversiones en la Península y nosotros carecíamos de una política exterior clara.

La antipatía que bien pronto mostró Gran Bretaña hacia la Segunda República se basaba, por una parte, en el miedo al comunismo y, por otra, en el temor a que se lesionaran los intereses británicos en España, que se intensificó mucho con la victoria electoral del Frente Popular en 1936.
A partir del 18 de julio de ese año a Gibraltar, tantas veces lugar de acogida de refugiados españoles durante el siglo XIX, comenzaron a llegar conservadores de buena posición, como el duque de Alba y el III marqués de Larios, que temían el estallido de una revolución. En el Peñón encontraron un ambiente propicio para conspirar de cara a un golpe de Estado de signo derechista.

Por otro lado, las remotas posibilidades que ofrecía la nueva situación para implicarse en una acción ofensiva contra Gran Bretaña en el Estrecho pronto se diluyeron y Gran Bretaña fue imponiendo a la flota republicana toda clase de trabas para repostar y abastecerse, facilitando al mismo tiempo al ejército de Franco ayudas, suministros e información.

En Gibraltar, los republicanos contaban con la simpatía de los obreros, pero el gobernador Harington y las élites de La Roca estaban más próximos a los sublevados. En los primeros momentos del conflicto las principales preocupaciones inglesas fueron la evacuación de súbditos británicos en España y la gestión de la llegada masiva de refugiados a la colonia.

Por si lo anterior no fuera suficiente, la situación internacional tendía a favorecer a los rebeldes. La ya citada constitución en 1936 a iniciativa británica de un Comité de No Intervención destinado teóricamente a garantizar que la guerra no saliese de las fronteras españolas y a vetar la ayuda internacional a ambos bandos, fue en la práctica una escenificación del abandono de la República por las potencias occidentales.


sábado, 27 de julio de 2019

Nobleza y burguesía contra la República (II)

En el capítulo anterior asistimos al cambio de rumbo o dirección que se le dio al golpe de Estado del 36 durante la visita de Franco a Gibraltar en 1935. Ahora la investigación continua indagando en diversos aspectos de esa visita y la casi coincidencia con la del general Sanjurjo.

General Sanjurjo.
En la introducción de otro trabajo de investigación, en este caso solo del profesor José Beneroso Santos, titulado “Franco y Sanjurjo en Gibraltar. ¿Connivencia o desencuentro”, su autor describe el ambiente en esos días en Gibraltar que es el de una ciudad fuertemente militarizada. La noticia de la presencia del general español en la ciudad, aparentemente, apenas había trascendido a la opinión pública, pero lo cierto es que existe cierta agitación social, con diversas reuniones donde se alcanzan acuerdos y movimientos financieros importantes de gran trascendencia en el futuro.

Entre ellos se encuentran elementos monárquicos españoles, o sus descendientes, residentes en Gibraltar, muchos de ellos aristócratas, integrados en la alta sociedad gibraltareña y en las oligarquías financieras, aunque también aparecen simples refugiados políticos antirrepublicanos muy vinculados a entidades como el Royal Calpe Hunt y el Calpe Rowing Club que mantienen reuniones, la mayoría confidenciales, en las propias dependencias de estas sociedades.

Tampoco la masonería gibraltareña se mantiene ajena a los sucesos que se vienen sucediendo y celebran varias tenidas en las que los debates políticos están presentes. En particular en los templos de logias de obediencia española.

En esas fechas se encuentra en Gibraltar sir William Fisher, comandante en jefe de la Flota del Mediterráneo, almirante desde 1932, quien se había desplazado para entrevistarse con el gobernador, el general Harington, y garantizar que la pista de aterrizaje mantuviese un uso exclusivamente militar, a lo que éste se resistía.

La reunión, con la presencia del general Franco, se produce con toda probabilidad en el Rock Hotel. Allí acuden numerosas personalidades civiles y militares británicas. Parte de los asistentes al citado encuentro está confirmada, pero resta por comprobar la participación de algunos otros.

Rock Hotel.
Están presentes el gobernador Harington, Alex Beattie, secretario colonial y el capitán del puerto, Arthur Steele. Es probable que también estuvieran el propio almirante Fisher, así como Lionel Imossi, presidente de la Cámara de Comercio y George Gaggero, propietario y presidente de MH Bland & CO Ltd, que tenía los únicos hidroaviones que existían en la zona, en uno de los cuales podría haber llegado Franco a Ceuta al día siguiente.

Otros empresarios locales como Russo y Alberto Isola también pudieron haber estado en la reunión, así como representantes de importantes familias españolas muy presentes en Gibraltar, como los Larios, los Ibarra y los Domecq. Si no hubieran estado presentes, al menos estaban al corriente de la visita, así como un grupo de empresarios judíos gibraltareños entre los que pudieran estar David Benaim, Benholta y Jacob Bentotila, con importantes intereses económicos en Tánger.

La mayoría de ellos muy vinculados a Juan March, el afamado empresario balear que acabó financiando el golpe de Estado de 1936. No está confirmada la asistencia del propio Juan March, un hombre muy vinculado a Gibraltar, pero seguro que tenía constancia del encuentro. El profesor Salustiano del Campo especula incluso con la posible presencia allí de Winston Churchill.

Franco llega a la reunión acompañado por Luis Martín-Pinillos, su hombre de confianza en la zona, donde había construido una extensa red de contactos, tanto en Algeciras como en la Roca, desde que había estado al mando del Regimiento de Pavía en 1932 cuando acudió a combatir a los sublevados con Sanjurjo en Cádiz.

Con ellos acude Ricardo Goizueta, director de Tarik Petroleum, afincado en Gibraltar desde 1934, amigo de los Larios y muy cercano al círculo del general. Es un hombre que fue clave ya que garantizó el suministro de carburante para los insurrectos.

La realidad es que nadie conoce en concreto el contenido de esa reunión, pero cuando terminó esa y las posteriores que tuvieron como escenario las sedes del Royal Calpe Hunt y de la Calpe Rowing Club, le siguieron otras en días posteriores entre empresarios españoles y gibraltareños.

Ese mismo día comienzan unas maniobras de la Royal Navy en el Estrecho, con la presencia de altos mandos británicos, y al día siguiente Franco llega por aire a Ceuta, cuando ya el mal tiempo había cesado. El general viaja en uno de los hidroaviones de Gaggero, como ya se ha apuntado.

Curiosamente, pocos días más tarde llega a Gibraltar el general Sanjurjo, que se centró en buscar el apoyo de los masones del Peñón. Daba la impresión de querer quitar protagonismo a Franco, con el que se disputaba el liderazgo del golpe de Estado. Pero el proyecto de alzamiento nacional había experimentado ya, según los expertos, un giro importante.

El profesor Salustiano del Campo entiende que para Franco, convertido ya en la mejor opción para frenar "el peligro comunista" que tanto temían los británicos, es fundamental el apoyo logístico de las fuerzas vivas gibraltareñas, ya que la clave del éxito estaba en el ejército de África. La tesis de Del Campo, mantenida en varias conferencias y escritos, es que se produce un cambio hacia lo militar y un alejamiento de los que abogaban por el regreso de la monarquía porque ese era el modo de frenar la sombra del marxismo.

El respaldo de Juan March y sus empresarios fue clave para que surgiera la figura de un hombre sin convicciones políticas demasiado definidas, pero que necesitaba de la "connivencia británica" para controlar el Estrecho. En Reino Unido no se tenía en buena consideración a la Segunda República Española y un militar que quería acabar con ella era visto con buenos ojos, por cuanto evitaría que se lesionaran los intereses británicos en España.

Basándose en las investigaciones de Julio Ponce Alberca (“Gibraltar y la Guerra Civil española. Una neutralidad singular”), Salustiano del Campo concluye que la iniciativa británica de crear un comité de No Intervención, en principio para que la guerra no atravesase las fronteras españolas, solo sirvió para aislar más a España.

Durante la guerra civil Luciano López Ferrer ejerció de representante de Franco en Gibraltar y su labor fue más provechosa que la del bando republicano. Los británicos prestaron a los sublevados carbón, estaño y manufacturas. Desde la Roca se violó la No Intervención sistemáticamente.
La cuestión de la reclamación de la soberanía del Peñón quedó entonces en algo que subyacía pero que no salía a flote. Franco tenía demasiados intereses y muy poca fuerza en el escenario internacional como para plantearlo en ese momento.

Próximo capítulo: Nobleza y burguesía contra la República (y III)


sábado, 20 de julio de 2019

Nobleza y burguesía contra la República (I)

Acaba de cumplirse, el pasado 18 de julio, el 83 aniversario del golpe de Estado del general Franco contra la República Española. Un hecho que fue precedido de una vasta conspiración en la que además de los militares tuvieron un papel determinante tanto la nobleza como destacadas familias de la burguesía española.

Una cuestión que se aborda en el libro “Asesinato, masonería y franquismo” del periodista Ramón Triviño, en el que el autor trata de esclarecer los hechos que se produjeron en los meses previos al golpe militar y que, en concreto, se investiga en el capítulo X de la citada obra, titulado “Gibraltar, Franco y la alta burguesía”. Durante las próximas semanas se ofrecerá aquí un extenso resumen.

La investigación aborda el papel que jugó el territorio de Gibraltar 
en la preparación del golpe de Estado de 1936.
La investigación se centra en el papel que jugó el territorio del Campo de Gibraltar, con el Peñón incluido, en la preparación del golpe de Estado de 1936. Así como el cambio de rumbo que tomaron los planes de los golpistas tras la visita de Franco a la Roca en 1935. Por supuesto, también se estudia la relación con los citados preparativos de acaudaladas familias españolas, entre ellas los Larios, sin olvidar la presencia de la masonería. Una investigación todavía abierta pero de la que, con el paso del tiempo, se van conociendo más detalles.

Es curioso lo que afirma el profesor Salustiano del Campo en su obra “Franco y Gibraltar” en donde muestra su extrañeza de que en ninguna de las dos grandes biografías de Franco publicadas, las de Paul Preston y Stanley Payne y Jesús Palacios, se menciona la visita realizada por Franco a Gibraltar el 8 de marzo de 1935.
En su visita a Gibraltar el general Franco mantuvo reuniones que le llevaron a rediseñar la sublevación de 1936 que marcaría la historia reciente de España. No fue una visita secreta ya que el periódico “Gibraltar Chronicle” publicó una información sobre el particular al día siguiente.

Está contrastado que Franco, entonces jefe superior militar del Protectorado y que se disponía a incorporarse a su nuevo puesto en Marruecos, llega a Algeciras el día 6 de marzo de 1935, después de toda la noche viajando en tren desde la estación madrileña de Atocha. Lo recibe Luis Martín-Pinillos, comandante militar de Algeciras, con quien acuerda posponer el traslado al otro lado del Estrecho, con el argumento de que hacía días que un fuerte temporal de levante había cortado el tráfico entre la península y la costa africana.

Con esto obtiene lo que los investigadores José Beneroso Santos y Belén López Collado, en su trabajo “Gibraltar, marzo de 1935. Diseño de una conspiración” consideran "la excusa perfecta" para quedarse en Algeciras y, de ahí, desplazarse al Peñón "sin levantar sospechas".

Según el citado trabajo, la reunión mantenida por Franco es sumamente importante porque se piensa que a partir de ese momento es cuando se produce un viraje en la ideología, es decir, en los fundamentos del futuro golpe de Estado, que hasta entonces estaba siendo gestado por elementos monárquicos o muy próximos a éstos.

Los intereses económicos de importantes empresarios españoles,
con Juan March a la cabeza, inclinaron la balanza  para que el levantamiento
fuera dirigido por un militar sin convicción política definida.

Este cambio de rumbo hacia lo militar, o mejor dicho sin un planteamiento claro del régimen político a adoptar tras el derrocamiento de la República, puede definir perfectamente el malestar, la desconfianza exterior que la vuelta de los Borbones producía para poder frenar el presunto peligro marxista en ciernes sobre España.

Los intereses económicos, no solo ya británicos, sino de otras naciones pero también de importantes empresarios españoles con Juan March a la cabeza, inclinaron la balanza para que el levantamiento fuera dirigido por un militar sin convicción política definida, y para March esa fue la razón fundamental para elegir al militar más capacitado para neutralizar una revolución como ya había demostrado en Asturias.

Un militar, muy ambicioso en el plano personal, que aunque contaba con un gran respeto de sus compañeros también despertaba un gran recelo porque nunca tuvo un posicionamiento claro, haciendo de la indecisión y la ambigüedad su principios ideológicos.

En el ya citado trabajo del profesor Salustiano del Campo se dibuja bien el perfil del general Franco en esos momentos. Según Del Campo desde 1931 y por diversos motivos Franco se había granjeado la desconfianza de un amplio sector de monárquicos y militares, y en 1932 negó su ayuda a Sanjurjo, lo que pudo ser probablemente la causa por la que fue destinado a Baleares en febrero de 1933.

Su intervención en los sucesos de Asturias de 1934 le rehabilitó ante los militares, al habérsele concedido la Gran Cruz del Mérito Militar y nombrado Jefe Superior de las tropas de Marruecos en febrero de 1935. Estos hechos le hicieron aparecer entonces en el ámbito militar como un elemento a tener en cuenta por las clases pudientes españolas.

Tras la entrada de Gil Robles en el gobierno de la República como ministro de la Guerra, Franco regresó a la península y fue nombrado Jefe del Estado Mayor, cargo de máximo prestigio que desempeñó hasta febrero de 1936, aunque sin el apoyo unánime del Ejército. Su siguiente destino fue Canarias, que siempre consideró como un castigo que atribuyó a la animadversión que sentía Azaña por él, algo que influyó mucho en su comportamiento posterior.

Poco tiempo antes de su nombramiento como Jefe Superior de las fuerzas militares de Marruecos, Rico Avelló, Alto Comisario de España en ese país, había conseguido que este cargo dependiera de su autoridad y que no se permitiera ninguna acción militar sin su autorización previa.

A las pocas semanas de incorporarse Franco a su nuevo destino, pidió que las tropas indígenas marroquíes pasaran a depender del Jefe Superior de las fuerzas militares y dejaran de estar a las órdenes del Delegado de Asuntos Indígenas, que era el general Capaz. Con esta petición Franco no solo anuló a Capaz, sino que logró aumentar de forma considerable la aceptación por los militares de un mando único, el suyo.

El citado Alto Comisario de España en Marruecos, parecía desconfiar de Franco como militar que se había enfrentado a la República y al que no se le conocía vinculación importante con la monarquía. Pese a todo, la relación de Franco con Rico era mucho mejor que la que tenía con otros militares más próximos a la monarquía como Sanjurjo y Mola.

Sanjurjo era un monárquico posibilista, que en 1931 aceptó la República, a la vez que se inclinaba sobre todo por una dictadura militar republicana en la que él mismo sería el presidente hasta que se celebraran elecciones y se restaurara la monarquía.

Próximo capítulo: Nobleza y burguesía contra la República (II)