Capitolio de los Estados Unidos. |
Los acontecimientos vividos en Washington el pasado 6 de enero, con un intento de golpe de Estado a cargo de los partidarios de Donald Trump, hacen volver a la memoria unos hechos ocurridos hace ahora 200 años, cuando un grupo de soldados británicos prendió fuego al Capitolio y la Casa Blanca.
Ese incendio fue uno de los episodios más dramáticos de un conflicto de algo más de dos años entre Estados Unidos y Reino Unido que comenzó en 1812 con la declaración de guerra firmada por el presidente James Madison. Estados Unidos tenía la convicción de que los británicos estaban pisoteando la soberanía del país, entre otras cosas por restringir el comercio con Europa o por obligar a marineros estadounidenses a trabajar en navíos de la flota británica.
En esa época el Reino Unido estaba inmerso en una guerra con el imperio francés de Napoleón y, si bien no tenía mayor interés en abrir otro frente con Estados Unidos, tampoco estaba dispuesto a dejarse vencer por su antigua colonia. Los británicos iniciaron un papel más ofensivo en 1814, después de que Napoleón se exiliara en la isla mediterránea de Elba. Sus tropas invadieron Washington con un objetivo primordial poner de rodillas a los norteamericanos quemando sus edificios públicos más emblemáticos.
Cuando los soldados llegaron a la Casa Blanca en las últimas horas del 24 de agosto de 1814, no encontraron combatientes desafiantes sino un banquete servido en la mesa. Dolley Madison, la esposa del presidente, lo había dejado listo por la tarde, como hacía todos los días para su esposo, pero ante la cercanía de los soldados se había visto forzada a escapar, como también lo había hecho el presidente.
Dolley escapó de la mansión presidencial, pero antes decidió llevarse un retrato de George Washington, el primer presidente del país, para salvarlo de las llamas. Fue una acción que todavía hoy está cargada de simbolismo, el cuadro es la obra de arte más antigua expuesta en la Casa Blanca.
Poco después de la fuga de Dolley Madison, los británicos encontraron la casa vacía, recorrieron sus habitaciones y finalmente las prendieron fuego. Una escena dantesca que dejaron escrita algunos militares de la época, "nunca olvidaré la majestuosidad destructora de las llamas a medida que las antorchas iluminaban las camas, las cortinas…” Aunque la ciudad de Washington tenía poco menos de una década como capital, el simbolismo de perder sus más emblemáticos edificios golpeó muy fuerte al país.
Pero Estados Unidos no se iba a dar por vencido. De hecho, el golpe sobre su capital hizo que tomara nuevos bríos para combatir a los británicos. Los estadounidenses, clamaban venganza y no sólo defendieron Baltimore, sino también evitaron que los británicos tomaran Nueva Orléans. De esta forma, los ciudadanos forjaron una nueva nación e identidad al olvidar sus diferencias internas.
El conflicto finalizó políticamente con la firma del Tratado de Gante, en diciembre de 1814, que restauró las relaciones entre los dos países. Washington se recuperó poco a poco y pudo mantenerse como capital del país a pesar de que algunos consideraban que estaba demasiado expuesta. La Casa Blanca fue reconstruida, aunque en vez de piedra se usó madera en algunas partes, lo que debilitó la estructura con el tiempo y obligó a nuevas obras a mediados del siglo XX.
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