En memoria
de mi querida amiga Adelina Lozano
Pallares
En esta tercera y última parte se culmina la
investigación sobre las conspiraciones de nobleza y burguesía para llevar adelante el
golpe de Estado del general Franco en 1936.
En este sentido, otra de las visitas
constatadas en marzo de 1935, según el estudio del profesor Beneroso Santos,
es la de Martínez Barrio, quien coincide en su estancia en Gibraltar
con Franco. Aparentemente, y en su opinión, no guardan relación. Sin
embargo, sí es cierto que Martínez Barrio es advertido por dirigentes
masónicos gibraltareños de la presencia de Franco y de sus encuentros
con las autoridades británicas y gibraltareñas.
Lógicamente, Martínez Barrio pone en
conocimiento del gobierno republicano los hechos, a través de Lerroux,
en ese momento presidente de Gobierno y ministro de Guerra. Barrio
había asistido el día anterior a un acto político en Algeciras,
representando al partido Unión Republicana. La intención del viaje de Martínez
Barrio era la de visitar en Gibraltar logias masónicas de obediencia
española, que en ese momento atravesaban una profunda crisis y graves
enfrentamientos.
De la mano del profesor José Beneroso
volvemos a la visita efectuada también a Gibraltar por el general Sanjurjo
que se produce apenas transcurrido unos días de la visita efectuada por Franco,
concretamente, el 26 de marzo. Las maniobras navales han finalizado, pero gran
parte de los efectivos y sus mandos permanecen todavía en la zona. La llegada
del general es reflejada en la prensa local.
En el centro Pablo Larios |
La investigación no establece con certeza
cómo llegó a Gibraltar, aunque sí cuándo pudo salir de Estoril.
La salida se efectuó entre el 23 y el 25 de marzo y se barajan dos
posibilidades sobre cómo se produjo su llegada. La primera que lo hiciese en
barco. En este caso, se piensa que sería a través de la compañía Ybarra y
Cia, que realizaba en 1935 la ruta Bilbao-Marsella con escalas en Lisboa
y Gibraltar, entre otros puertos, por lo que bien pudo ser este el medio
utilizado. Pero cabe la posibilidad, aunque es conocido que Sanjurjo no
podía pisar territorio nacional, que viajase en coche, al igual que había
sucedido a finales de abril de 1934 cuando llegó acompañado de su inseparable y
leal ayudante de campo Emilio Esteban-Infantes a Gibraltar
procedente del penal de Santa Catalina, en Cádiz, donde cumplía
condena por los sucesos de agosto del 32, tras ser puesto en libertad, en el
automóvil facilitado por un miembro de la familia Ybarra, Socorro
Ybarra Hidalgo, condesa de Garvey.
Una vez en la ciudad, Sanjurjo se
aloja en el Hotel Cecil, donde es recibido por un grupo de
personalidades, civiles y militares. La investigación cree que la elección de
este lugar no es aleatoria sino que estaba planificada con antelación. No era
la primera vez que se hospedaba ahí. Anteriormente, el 25 de abril de 1934,
también lo utilizó cuando esperaba para zarpar
a bordo del buque holandés Galoeram, rumbo a Lisboa camino del
exilio en Estoril.
Hotel Cecil. |
El establecimiento hotelero pertenecía a los Bacarisas,
familia de origen balear y de la que su hijo Gustavo era un destacado
pintor. Era gente muy bien relacionada tanto con la oligarquía económica de Gibraltar
como con la aristocracia y los empresarios jerezanos y sevillanos. En la prensa
española aparece confirmada esta visita del general a Gibraltar para
continuar su viaje a Lisboa. Le acompañan su esposa María Prieto
Taberner y su hijo José.
En el hotel citado le aguardan,
probablemente, un grupo de personas, españolas en su mayoría, integrado por
militares y amigos, entre los que destacan los monárquicos refugiados en Gibraltar.
Por esas fechas, en concreto el 18 de marzo, se había dictado sentencia de pena
de muerte contra el general Barrera, principal organizador del golpe de
agosto del 32. Había permanecido huido en París, pero en el mismo
documento de la sentencia queda en libertad por la ley de amnistía de abril de
1934, aunque es expulsado del ejército.
General Sanjurjo. |
Siempre según la citada investigación, el
general Barreda es uno de los militares españoles que reciben a Sanjurjo,
junto a García de la Herranz, muerto a
comienzos de la contienda civil en extrañas circunstancias, general de brigada,
su hombre de confianza en Sevilla en agosto del 32; Emilio
Esteban-Infantes, teniente coronel de Estado Mayor, su inseparable
asistente de campo y hombre de su absoluta fidelidad y el general Villegas,
participante también en el levantamiento del 32 y que en esos momentos sirve de
enlace con jefes militares de la Unión Militar Española (UME), como Galarza,
Varela, Rodríguez del Barrio y el recién incorporado Goded,
entre otros. Sobre la presencia de Martín-Pinillos, gobernador civil del
Campo de Gibraltar, no existen noticias.
Entre los civiles aparecen miembros de las
familias Larios, Ybarra, Domecq, Primo de Rivera, González,
y personalidades y empresarios gibraltareños y británicos como Lionel Imossi,
Auckland Geddes, Crichton-Stuart, Harington, Beattie
y Gómez Beare entre otros. Otras personas destacadas son el marqués de Real
Tesoro y conde de Villamiranda y Ricardo Goizueta, amigo
personal de Sanjurjo, que aparecía como refugiado monárquico y al frente
de Tarik Petroleum en esas fechas, una de las empresas vinculadas a Juan
March en Gibraltar. Entre los presentes abundan elementos
monárquicos y también aparecen algunos masones pertenecientes a logias
gibraltareñas.
A Pablo Larios, marqués de Marzales,
la investigación le da un gran protagonismo en esta visita, había sido
presidente del Royal Calpe Hunt durante más de cuarenta años y del Calpe
Rowing Club desde 1896 hasta 1925. Como se ha reseñado es en las sedes de
estas asociaciones donde se llevan a cabo las reuniones con Sanjurjo.
Las más importantes familias gibraltareñas y
también de las más ricas pertenecían o estaban muy vinculadas a estas
sociedades. Se puede considerar a la familia Larios el centro neurálgico
de la alta sociedad gibraltareña y de la española residente allí o afincada en
los alrededores de la colonia, y como tal ejercerá en la visita de Sanjurjo.
Resaltar que muchas de estas familias estaban
emparentadas entre sí, como los Ybarra y los Domecq. De hecho,
hacía pocos días que miembros de estas dos familias muy afincadas, y con
intereses muy importantes en Gibraltar, habían asistido en Jerez
al compromiso matrimonial de Maribel Ybarra Ybarra y Luis Domecq
Rivero, por la que se unían dos de las más poderosas familias andaluzas.
La investigación resalta las muchas
especulaciones que existen entre el viaje de Sanjurjo y su relación con
la efectuada por Franco. Es evidente que no se trata de una casualidad,
pero existen razones suficientes para afirmar que no estaban acordadas, aunque
sí parece que la de Sanjurjo es consecuencia directa de la que realiza Franco.
Desde la óptica castrense, en cierto modo, Franco
asume con su visita un papel que le corresponde a Sanjurjo, su “superior
natural”, único militar en “activo” que había logrado alcanzar el grado de
teniente general antes de la reforma militar de Azaña, con lo que esto
suponía.
En cierto modo Sanjurjo viaja a Gibraltar
para ejercer un derecho que legítimamente cree que le corresponde, el ser
reconocido como el principal jefe militar del Ejército y único que puede
aglutinar bajo su dirección a todos los sectores militares. Cuenta para ello,
además de con la mayor parte de la jerarquía militar, con el apoyo
incondicional de los monárquicos, facción política muy arraigada en Gibraltar
desde abril del 31.
Era manifiesto que, debido a su trayectoria militar,
había prácticamente logrado todo y de forma brillante. Era respetado por todos
los militares y poseía la autoridad moral para erigirse en un hipotético
liderazgo. Durante la Guerra de África alcanzó el grado de general de
división y le fue concedido el título de marqués del Rif. Posteriormente
fue nombrado director de la Guardia Civil, cargo que compatibilizaría
con el de Alto Comisario en Marruecos, y que ejercía cuando Alfonso
XIII dejó el trono, jugando un papel decisivo en la proclamación de la República.
Sin embargo, los graves sucesos de Castilblanco
y Arnedo, entre diciembre de 1931 y enero de 1932, provocaron, aunque de
forma disimulada, una fulminante destitución en la dirección de la Guardia
Civil. Azaña relevó a Sanjurjo por Cabanellas, pasando
aquel a dirigir el Cuerpo de Carabineros, lo que siempre consideró, a
todos los efectos, un paso atrás en su carrera militar.
Ocupaba este cargo cuando el 10 de agosto de
1932 participa de forma activa en la sublevación contra la República en Sevilla.
Sanjurjo representaba en marzo de 1935, para una gran parte del
conservadurismo español y del estamento militar, la moderación, una opción
clara, firme y fiable para corregir la “deriva” política del país y frenar el
proceso revolucionario en curso.
En Gibraltar, el general expone que
confía en el apoyo de un amplio sector político, integrado fundamentalmente por
cedistas, falangistas, tradicionalistas y alfonsinos, e incluso
de los radicales de Lerroux, concediéndosele así un alto grado de
legitimidad y de aquiescencia social por la confluencia de fuerzas a su
proyecto.
En la conclusión del trabajo de investigación
del profesor Beneroso, al que se viene haciendo referencia es estas
páginas, se señala que si aparentemente, pudiese parecer que Sanjurjo va
a Gibraltar para ratificar lo acordado por Franco en su visita
anterior, lo cierto es que no.
No existía en marzo de 1935, tampoco antes la
hubo, amistad entre ellos. La relación siempre se mantuvo en los estrictos
términos militares. Esto tuvo un particular significado en la planificación y
ejecución de la sublevación de julio de 1936. Es posible que, en esas fechas, Sanjurjo
tuviese un plan trazado y bastante adelantado, que consistía, como proyecto
de gobierno, en la convocatoria de elecciones y la restauración de la monarquía
no ya en la persona de Alfonso XIII, sino en la del infante don Juan,
tras un breve gobierno regente de transición que él mismo encabezaría, contando
con el apoyo de un importante sector político y gran parte del Ejército.
Es indudable que a pesar de la consideración
que le tenían los militares a Franco, es Sanjurjo, como se ha
dicho, el jefe “natural” y a quien le correspondería dirigir, al frente
del Ejército, una posible acción contra la República.
Como también ya se ha mencionado Martínez
Barrio, advertido por la masonería gibraltareña, informa de la presencia de
Franco en Gibraltar directamente a Lerroux. Le informa, de
forma oficial, en calidad de presidente de Gobierno, y ministro de Guerra,
a pesar de las discrepancias, personales, políticas y masónicas, existentes
entre ambos.
Sanjurjo, que
también había sido informado por elementos monárquicos residentes en el Peñón
(Ybarra, Larios, etc.), decidió inmediatamente visitar Gibraltar
y conocer de primera mano lo realizado por Franco en su visita.
Monárquicos y miembros de varios grupos políticos de derecha se encargan de
organizar el viaje, para, entre otras cosas, intentar frenar la, cada vez
mayor, ambición del militar gallego.
En sus conclusiones los investigadores insisten
en reafirmar que los intereses económicos extranjeros, en particular los
británicos, no correrían peligro al desaparecer el régimen republicano. Desde
la revolución de octubre del 34, el Foreign Office contemplaba la
posibilidad que se produjese en España un levantamiento revolucionario
similar al ruso.
En definitiva, la visita de Sanjurjo
intenta contrarrestar la iniciativa de Franco, que contaba con el
respaldo de Juan March, haciendo prevalecer ante los británicos su
hegemonía en el control y mando del Ejército, que sería sin duda el
principal protagonista en la desarticulación de la República. La
relación entre ambos militares adquiere ahora su importancia y también pasa a
un primer plano. La desconfianza era mutua y así seguirá siendo hasta la muerte
de Sanjurjo en otro extraño accidente. Que formasen parte del complot
del 36 no significaría que existiese acuerdo. Fueron, principalmente, Mola
y Cabanellas los que lo hicieron posible.
Para completar algunos aspectos de lo
abordado en este capítulo parece aconsejable conocer el papel que jugaba España
en el escenario internacional en esas fechas y que resume bien el profesor Del
Campo en su trabajo, ya citado “Franco en Gibraltar y sus consecuencias”.
En el primer tercio del siglo XX España
era un país de segunda o tercera fila, con escasa autonomía y una posición
estratégica que lo colocaba en el punto de mira de las grandes potencias
europeas. Es verdad que nunca dejó de reclamar la devolución de Gibraltar,
pero ni era fuerte para cumplimentarla por sí mismo ni faltaron propuestas de
canje con Ceuta o las Chafarinas, siempre rechazadas.
En aquel tiempo Gibraltar era, como
ahora, un enclave esencialmente militar y comercial. En lo comercial destacaban
el abastecimiento de carbón y las actividades ilegales del contrabando o el
tráfico de capitales. Entonces, España suministraba a la colonia
británica vivienda y mano de obra poco especializada y los vínculos entre La
Roca y esa parte de Andalucía eran muchos y muy fuertes, no solo a
nivel económico sino también social y cultural.
Por su parte, la gibraltareña era una
población sumisa y poco problemática para el Gobierno británico, que
apenas le reconocía derechos políticos y en la que el gobernador militar
ejercía todos los poderes. En la colonia la proclamación en abril de 1931 de la
Segunda República Española, aunque produjo inquietud en los sectores
conservadores británicos, no tuvo gran influencia en la relación entre ambos
países. España seguía siendo subsidiaria de Francia y de Gran
Bretaña y a lo sumo solo era capaz de producir una política de gestos. Gran
Bretaña y Francia tenían fuertes inversiones en la Península y
nosotros carecíamos de una política exterior clara.
La antipatía que bien pronto mostró Gran
Bretaña hacia la Segunda República se basaba, por una parte, en el
miedo al comunismo y, por otra, en el temor a que se lesionaran los intereses
británicos en España, que se intensificó mucho con la victoria electoral
del Frente Popular en 1936.
A partir del 18 de julio de ese año a Gibraltar,
tantas veces lugar de acogida de refugiados españoles durante el siglo XIX,
comenzaron a llegar conservadores de buena posición, como el duque de Alba
y el III marqués de Larios, que temían el estallido de una revolución.
En el Peñón encontraron un ambiente propicio para conspirar de cara a un
golpe de Estado de signo derechista.
Por otro lado, las remotas posibilidades que
ofrecía la nueva situación para implicarse en una acción ofensiva contra Gran
Bretaña en el Estrecho pronto se diluyeron y Gran Bretaña fue
imponiendo a la flota republicana toda clase de trabas para repostar y
abastecerse, facilitando al mismo tiempo al ejército de Franco ayudas,
suministros e información.
En Gibraltar, los republicanos
contaban con la simpatía de los obreros, pero el gobernador Harington y
las élites de La Roca estaban más próximos a los sublevados. En los
primeros momentos del conflicto las principales preocupaciones inglesas fueron
la evacuación de súbditos británicos en España y la gestión de la
llegada masiva de refugiados a la colonia.
Por si lo anterior no fuera suficiente, la
situación internacional tendía a favorecer a los rebeldes. La ya citada
constitución en 1936 a iniciativa británica de un Comité de No Intervención
destinado teóricamente a garantizar que la guerra no saliese de las fronteras
españolas y a vetar la ayuda internacional a ambos bandos, fue en la práctica
una escenificación del abandono de la República por las potencias
occidentales.
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