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sábado, 8 de febrero de 2020

Doscientos años de la Revolución Española

El pasado día 1 de enero se cumplió el segundo centenario de la Revolución Española. En aquella  fecha se produjo el pronunciamiento militar de Rafael de Riego que derribó el absolutismo y dio inicio al Trienio Liberal.

 Fernando VII tras la Guerra de Independencia, había reimplantado el régimen absoluto, pero muchos militares que lucharon contra los franceses y le dieron el trono a Fernando VII, eran liberales.

Rafael de Riego.
Aprovechando la concentración en la localidad de Cabezas de San Juan (Sevilla) de un ejército que debía ir a América a combatir a los independentistas, un grupo de estos oficiales, encabezados por el entonces teniente coronel Riego, se sublevó y proclamó la Constitución de Cádiz.

Fue el primer “pronunciamiento”, la fórmula española de golpe de Estado en que una unidad militar en la periferia se alza contra el poder y espera que su ejemplo cunda entre otras guarniciones.
El de Riego sí se contagió y el 6 de marzo de 1820 Fernando VII aceptó la situación y juró la Constitución liberal de 1812, denominada popularmente como “La Pepa”. Había triunfado la Revolución Española, un nuevo modelo mundial que sucedía históricamente al de la Revolución Francesa.

Lo sucedido en España fue un ejemplo para algunos territorios de Italia, Al grito “Hacer como en España” se sucedieron revoluciones en Piamonte, Nápoles y Sicilia en donde se impuso la filosofía de la Constitución de Cádiz.

En Portugal los liberales obligaron al rey a jurar su primera Constitución, copiada de la española. Surgieron movimientos seguidores de la Revolución Española desde Grecia a Brasil, e incluso en Francia, que había sido siempre el ejemplo, estaban tan fascinados con el caso español que los ejemplares de la Constitución de Cádiz circulaban como un catecismo revolucionario.

En marzo ya estaba traducida al francés y se editaron miles de ejemplares clandestinos. En Marsella los liberales lucían cintas en los sombreros que decían “Constitución o muerte” en español, e incluso se produjeron cuatro pronunciamientos militares siguiendo el ejemplo de Riego, aunque fracasaron.
Se corrió el rumor de que Napoleón había escapado de Santa Helena y se había refugiado en España bajo la protección de Riego, que era visto como la reencarnación del joven Bonaparte. Aparecieron miles de estampas en las que Riego adoptaba, en efecto, el aspecto de Napoleón Bonaparte, y en Inglaterra el duque de Wellington, jefe de los conservadores, alertaba contra la aparición de “un nuevo Bonaparte en España”.

Rafael del Riego y Flórez nació en Tuña, (Asturias) el de  7 de abril de 1784 y falleció en Madrid, el 7 de noviembre de 1823. Dio nombre al famoso himno conocido como Himno de Riego, adoptado por los liberales durante la monarquía constitucional y, más tarde, por los republicanos españoles. Murió ahorcado tras la restauración del absolutismo que puso fin al Trienio Liberal.


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sábado, 26 de enero de 2019

Las guerras carlistas (I)


En los últimos meses en más de una ocasión se ha oído referirse al papel que tuvieron las llamadas guerras carlistas en la actual configuración del escenario político de España. Se trata aquí de explicar algo sobre el desarrollo de las referidas contiendas.

Las guerras carlistas fueron una serie de contiendas civiles que tuvieron lugar en España a lo largo del siglo XIX. Aunque la principal razón de la lucha fue la disputa por el trono, también representaron el choque de ideologías políticas de la época. Los carlistas, que luchaban bajo el lema Dios, Patria, Rey, encarnaron la oposición más reaccionaria al liberalismo, defendiendo la monarquía tradicional absolutista, el catolicismo conservador y los derechos del sistema foral.

Recreación de la guerra carlista en Abárzuza (Navarra).
Geográficamente, sus partidarios predominaron en la mitad norte de España, especialmente en el País Vasco y Navarra, que eran sus focos más importantes. También  tuvieron  implantación en el norte de Cataluña, Aragón y especialmente en la comarca del Maestrazgo, entre Teruel y Castellón.

El origen del conflicto hay que situarlo en la actuación del rey Fernando VII, que previendo un gran problema sucesorio al no disponer de descendencia masculina directa, promulgó en 1830 la Pragmática Sanción, por la que derogó el Reglamento de sucesión de 1713, aprobado por Felipe V, denominado “Ley Sálica”, que impedía que las mujeres accedieran al trono. A los pocos meses, su cuarta esposa dio a luz a una niña, Isabel, que fue proclamada princesa de Asturias.

Cuando, en el otoño de 1832, Fernando VII cayó gravemente enfermo, los seguidores de su hermano, Carlos María Isidro de Borbón, consiguieron que el rey firmara la derogación de la Pragmática, lo que supondría que éste heredaría el trono. Pero, recuperado de la enfermedad, Fernando VII tuvo tiempo de restablecer la validez de la Pragmática Sanción antes de su muerte el 29 de septiembre de 1833.

Como Isabel solo contaba en ese momento tres años de edad, su madre, María Cristina de Borbón, asumió la regencia, llegando a un acuerdo con los liberales para preservar el trono de su hija frente al alzamiento de los partidarios de Carlos María Isidro de Borbón.

​ Estos se denominaron carlistas o apostólicos, y eran favorables al absolutismo y defensores de las tradiciones. Entre ellos se encontraban pequeños propietarios empobrecidos y artesanos arruinados, sobre todo del mundo rural, que recelaban de las reformas, pero también miembros de la pequeña nobleza y parte del clero.

Los liberales fueron partidarios de Isabel, hija y legítima heredera de Fernando VII, también llamados isabelinos o cristinos (por la regencia  de María Cristina de Borbón). Sus seguidores los encontraron entre la población urbana, la burguesía y amplios sectores de la nobleza.

Los enfrentamientos entre carlistas y liberales tendrán tres episodios destacados en el siglo XIX: las tres guerras carlistas.

La primera guerra carlista (1833-1840) se inició con el levantamiento de partidas carlistas en el País Vasco y Navarra. Pronto controlaron el medio rural, aunque ciudades como Bilbao, San Sebastián, Vitoria y Pamplona permanecieron fieles a Isabel II y al liberalismo.

La vacilación del gobierno y el gran apoyo popular permitieron a los carlistas organizar la guerra con el método de guerrillas, hasta que el general Zumalacárregui organiza un ejército en territorio vasco-navarro, y el general Cabrera unifica las partidas aragonesas y catalanas. La primera guerra carlista tiene un trasfondo político que se materializa en dos personas con derecho al trono, según sus partidarios.

Fernando VII (1784-1833), rey de España, casó en 1802 con María Victoria de Nápoles, que murió sin descendencia después de dos abortos. El rey desposó en segundas nupcias a Isabel de Braganza, sobrina que dio a luz a una niña que murió a los cuatro meses, falleciendo al poco tiempo la reina. Vuelto a casar por tercera vez en 1819, su esposa fue María Josefa Amalia de Sajonia, tampoco le dio hijos. Finalmente, en 1829, se casó con otra de sus sobrinas, María Cristina de Borbón Dos Sicilias, teniendo por fin descendencia: Isabel (1830-1904) y Luisa Fernanda (1832-1897).

Antes del nacimiento de Isabel, el heredero del trono era Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII, pero todo cambió, como ya se ha escrito, cuando el rey tuvo descendencia femenina. Entonces se publicó la ya referida pragmática sanción de Carlos IV que cambiaba la ley en vigor, permitiendo a una mujer heredar el trono de España.

Don Carlos entró en España y se puso al frente del ejército dirigiéndose hacia Madrid, objetivo que no consiguió. Recibió el apoyo de armas de Rusia, Austria y Prusia. Mientras que Isabel II contó con el de Inglaterra, Francia y Portugal, favorables a la implantación de un liberalismo moderado en España.

La muerte de Zumalacárregui en 1835 durante el sitio a Bilbao inició una reacción liberal. El general Espartero venció a las tropas carlistas en Luchana en 1836 y el último periodo del conflicto estuvo marcado por la iniciativa del ejército liberal al mando de Espartero y la división de los carlistas entre los partidarios de llegar, o no,  a un acuerdo con los liberales.

Mediante el Convenio de Vergara de 1839, los generales Maroto y Espartero firmaron la paz, y acordaron mantener los fueros en las provincias vascas y Navarra e integrar a la oficialidad carlista en el ejército liberal. Las partidas de los intransigentes dirigidas por Cabrera continuaron la guerra en la zona del Maestrazgo aragonés, hasta su derrota en 1840.

Próximo capítulo: Las guerras carlistas (y II)