En plena conmemoración del 50 aniversario del fin de la dictadura franquista es tiempo para recordar que cuando terminó la Guerra Civil en 1939, Madrid quedó devastado. Había sido una de las ciudades más castigadas por los bombardeos, el hambre y el sitio. La victoria franquista trajo consigo represión política, escasez, censura y una profunda fractura social. El franquismo impuso un clima de miedo y control, mientras la población trataba de sobrevivir en un entorno de cartillas de racionamiento, mercado negro, viviendas destruidas y pérdida de libertades.
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| Ruinas en el centro de Madrid. |
Durante los primeros años cuarenta, la escasez de alimentos fue dramática. Las cartillas de racionamiento daban cantidades mínimas de pan, aceite o legumbres. Las colas frente a las tiendas eran interminables. Quien tenía algo de dinero acudía al estraperlo, el mercado negro, donde se vendía de todo a precios desorbitados. Muchos madrileños sobrevivieron gracias a las redes vecinales: compartir pan, sopa o carbón era un acto de solidaridad cotidiana.
La ciudad estaba llena de edificios bombardeados. En 1940 todavía se podían ver casas medio derrumbadas en Argüelles, Moncloa y la Ciudad Universitaria. El régimen organizó “batallones de reconstrucción” formados por presos republicanos, que trabajaban en obras públicas bajo durísimas condiciones. Poco a poco, se levantaron nuevas viviendas baratas, como las de la Colonia del Tercer Depósito (Chamberí), pero la falta de recursos hizo que muchas familias vivieran en corrales o chabolas en los suburbios de Vallecas o Carabanchel.
Tras la guerra, Madrid se llenó de checas franquistas y comisarías donde se interrogaba y encarcelaba a supuestos “rojos”. Muchos vecinos desaparecían sin explicación, otros pasaron años en la cárcel de Porlier o en Ventas. El régimen controlaba la cultura y los medios y los cines proyectaban películas “morales” o de propaganda. La radio difundía música militar y sermones. Sin embargo, también surgieron formas de evasión popular como la asistencia a la representaciones de zarzuelas, cafés, fútbol, o a las verbenas de las fiestas locales. A pesar de todo, la vida seguía.
Las mujeres se encargaban del hogar, muchas trabajando
como modistas o sirvientas, mientras los tranvías y trolebuses
volvieron a circular. En los patios de vecinos se oían canciones,
guitarras, y el rumor de las tertulias al anochecer. La posguerra
madrileña fue, ante todo, una época de resistencia civil
silenciosa, donde cada pequeño gesto,un chiste, una risa, una comida
compartida, era una victoria frente a la miseria.

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