Conocida por sus impresionantes pueblos y sus famosas estaciones de esquí, Huesca capital muchas veces pasa desapercibida a pesar de sus numerosos atractivos. La catedral de Santa María es el monumento más reconocible, pero además, cuenta con una muralla que es Bien de Interés Cultural y de la que se conservan algunos tramos y una única puerta, La Porteta. Otro de los lugares con mucho encanto es la Plaza Luis López Allué, cuadricular y con soportales. Por cierto que en ella se encuentra la tienda de ultramarinos más antigua de España.
Interior de La Confianza. |
Situada en uno de los soportales de la coqueta plaza mayor de la ciudad, La Confianza fue fundada en 1871 por Hilario Wallier, un francés adinerado que llegó a España con la intención de abrir un negocio en el que ofrecer productos de mercería, sedería, finos encajes, abalorios y porcelanas. Cuando cambió de dueños, la oferta se amplió con la venta de productos de ultramar, cafés, chocolates, licores y ahumados, hasta que pasó a manos del padre de María Jesús San Vicente y con el tiempo a las suyas propias.
En el mostrador de mármol desde el que despacha, está la cizalla aún en uso que sirve para cortar el bacalao y que en cien años apenas se ha afilado. Tras ella, la pared la ocupan lustrosas estanterías repletas de conservas, aceites, chocolates, quesos y otros productos de calidad y un poco más abajo, cajones rebosantes de café, legumbres y otros alimentos que se compran a granel.
Además, reseñar que entre las construcciones más relevantes no hay que olvidarse del Círculo Oscense, más conocido como El Casino de Huesca, que es el primer edificio modernista de Aragón.
Además, la ciudad de Huesca cuenta con una historia, ya convertida en leyenda. Se trata de La Campana de Huesca. Fallecido en 1134 el rey de Aragón, Alfonso I el Batallador, sin descendencia, los nobles ofrecieron la Corona del Reino a su hermano Ramiro, recluido en el monasterio francés de Saint Pons de Thomières. Con un rey inexperto y en apariencia pusilánime los nobles aragoneses pensaron que podrían manejarlo a su antojo.
Ramiro II, el Monje, tomó posesión del trono a finales de ese año con el compromiso de regresar en dos años a sus quehaceres eclesiásticos, una vez asegurada la línea de sucesión. Los continuos desdenes y rebeldías de los nobles principales pusieron a la Corona al borde de la ingobernabilidad y Ramiro, neófito en cuestiones de corte y gobierno, pidió consejo a su mentor, el abad de Saint Pons. Tras escuchar éste al emisario enviado por el rey, sin mediar palabra alguna y cuchillo en mano, salió al huerto del monasterio donde cortó las hojas de col más sobresalientes, al tiempo que ordenó al emisario que narrara al rey lo que había visto.
Tras el relato del emisario, el rey convocó a todos los nobles aragoneses a palacio con el pretexto de mostrarles una enorme campana cuyo tañido sonaría en los confines del reino.
Entre divertidos, curiosos y escépticos, uno a uno, los nobles más levantiscos, fueron conducidos a la estancia para contemplar la famosa campana. Tal y como entraban, un verdugo cortaba las cabezas de todos ellos. Dispuestas las cabezas en círculo, colgando de una soga una de ellas en el centro, a modo de badajo, hizo entrar en la estancia al resto de los nobles para que contemplaran la Campana de Huesca, que sonó en todo el Reino de Aragón.
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