Vasili Arkhipov. |
Hay ciudadanos que pasaron inadvertidos en la Historia por diversas razones, pero que tuvieron un papel relevante en el desarrollo de los acontecimientos. Este es el caso de Vasili Arkhipov que salvó a la humanidad del desastre nuclear durante la Guerra Fría.
Vasili Arkhipov, nacido en 1926 y fallecido en 1998, fue uno de los tres oficiales al mando de un submarino soviético B-59. En los últimos días de octubre de 1962 navegaba sumergido junto a otros cuatro submarinos similares con destino a Cuba.
La Unión Soviética había instalado secretamente en suelo cubano varias lanzaderas de misiles nucleares, capaces de alcanzar territorio estadounidense en apenas unos minutos. Era la respuesta al despliegue previo de proyectiles atómicos de Estados Unidos en Turquía, una amenaza capaz de golpear y devastar Moscú en apenas un cuarto de hora.
En medio de esa escalada de tensión la 69 Brigada Submarina Soviética, en la que se encuadra la nave de Arkhipov, se dirigía hacia aguas cubanas. Su misión, burlar el embargo que la armada norteamericana había dispuesto en torno a la isla y establecer una base submarina en la bahía de Mariel, en la costa norte de Cuba.
El B-59 de Vasili Arkhipov iba equipado con torpedos nucleares. Pocos días antes, un avión espía U-2 de los Estados Unidos había sido derribado en suelo cubano y un grupo de cazas MIG soviéticos atacaba a otro de estos aparatos mientras completaba un vuelo de reconocimiento en Siberia.
Mientras en el Pentágono se ultiman los detalles para la invasión final de Cuba, los buques de la US Navy y los aviones espías de la CIA sobrevolaban el Caribe en busca de embarcaciones soviéticas que intentaban introducir más armamento nuclear en la isla.
Las instrucciones del secretario de Defensa norteamericano, Robert Mcnamara, eran claras, si se detectaba a cualquier intruso los buques norteamericanos debían obligarlo a emerger e identificarse y bloquear su acceso. Una de esas embarcaciones era el B-59. El máximo responsable del buque, Vitaly Savitsky, llevaba como segundos a bordo a Arkhipov y un oficial político.
A media tarde del 27 de octubre de 1962 los acontecimientos se precipitan. Un grupo de destructores estadounidenses detecta la brigada del B-59. Ignorando que se enfrentan a buques con armamento nuclear, los barcos norteamericanos comienzan a lanzar cargas de profundidad para forzar a los submarinos soviéticos a emerger.
A bordo del sumergible de Arkhipov se viven momentos de pánico y caos. Ante la gravedad de los acontecimientos, el trío de oficiales al mando había zarpado de la URSS con autorización para lanzar sus torpedos nucleares si los tres oficiales estaban de acuerdo en hacerlo.
Sin comunicación con Moscú, y desconociendo si ya había estallado la guerra entre las dos superpotencias, un grupo de marinos acosados tendría que decidir el destino de la humanidad. El oficial de comunicaciones Vladimir Orlov vivió a bordo aquellos dramáticos instantes. Según la versión que facilitó de los hechos, tras una larga travesía transoceánica sumergidos, la tripulación y el capitán Savitsky estaban ya exhaustos.
Las cargas de los destructores norteamericanos explotaban a pocos metros del casco del submarino soviético. Así hostigado, presionado por una marinería que exigía defenderse, Savitsky hace un último e inútil intento de contactar con Moscú.
Es entonces cuando decide lanzar un torpedo, pero antes consulta, como estaba convenido, a sus dos segundos a bordo para ratificar una decisión que requería de su consentimiento. Los tres marinos celebran una reunión que decidió el destino de la humanidad. El oficial político se muestra de acuerdo con Savitsky en abrir fuego, pero Arkhipov se opone
Arkhipov convence a Savitsky de que haga emerger el submarino. El B-59 asoma a la superficie y da media vuelta a la espera de instrucciones del Kremlin rehuyendo el enfrentamiento con las fuerzas norteamericanas. Pocas horas después, Kennedy y Kruschev alcanzaban un acuerdo.
Nadie lo supo entonces, pero Arkhipov salvó aquel día al mundo. Su historia no se hizo pública hasta 2002. En un congreso celebrado en La Habana a los cuarenta años de aquel episodio, Mcnamara, basándose en documentos estadounidenses desclasificados, admitió que la guerra nuclear estuvo más cerca de lo que nadie había pensado.
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