Mastodon Clave Menor: El hombre pez de Liérganes

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sábado, 9 de diciembre de 2023

El hombre pez de Liérganes

 

Francisco de la Vega Casar un día se lanzó al río Miera (Cantabria) y de él nada se supo hasta cinco años después. Apareció en Cádiz, cubierto de escamas, y solo dijo una palabra «Liérganes».

La primera reseña en la que aparece el relato del hombre pez de Liérganes es de fray Benito Jerónimo de Feijoo en su obra Teatro Crítico Universal. Según la leyenda, a mediados del siglo XVII en el pueblo cántabro de Liérganes había un matrimonio formado por Francisco dela Vega y María de Casar, que tenían cuatro hijos, el segundo de ellos, se llamaba Francisco.


Escultura que recuerda al hombre pez en Liérganes.


La víspera del día de San Juan del año 1674, Francisco se fue a nadar con unos amigos al Miera. El joven se desnudó, entró en el agua y se fue nadando río abajo, hasta perderse de vista. Al parecer, el muchacho era un excelente nadador y sus compañeros no temieron por él hasta pasadas unas horas. Entonces, al ver que no regresaba, le dieron por ahogado.

Cinco años más tarde, en 1679, mientras unos pescadores faenaban en la Bahía de Cádiz, se les apareció un ser extraño, con apariencia humana. Cuando se acercaron a él para ver de qué se trataba, desapareció. La insólita aparición se repitió por varios días, hasta que finalmente pudieron atraparle.

Cuando lo subieron a cubierta comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabello rojizo; las únicas particularidades eran una cinta de escamas que le descendía de la garganta hasta el estómago, otra que le cubría todo el espinazo, y unas uñas gastadas, como corroídas por el salitre.

Los pescadores llevaron al extraño sujeto al convento de San Francisco, donde, después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin obtener de él respuesta alguna. Al cabo de unos días, los esfuerzos de los frailes en hacerle hablar se vieron recompensados con una palabra: «Liérganes».

El suceso corrió de boca en boca por la bahía y nadie encontraba explicación alguna al vocablo hasta que un mozo cántabro que había emigrado para trabajar en Cádiz, comentó que en Cantabria había un pueblo que se llamaba así. También el entonces secretario del San Oficio de la Inquisición, Domingo dela Cantolla, confirmó dicha afirmación ya que él era de allí.

A continuación, llegó la noticia a Liérganes para averiguar si había pasado algo extraño en los últimos años y desde Cantabria respondieron que únicamente se había registrado la desaparición de Francisco dela Vega, cinco años atrás. Entonces Juan Rosendo, un fraile del convento, acompañó a Francisco en un viaje de vuelta desde Cádiz hasta Liérganes para comprobar si era cierto que era de allí.

Cuando llegaron al monte que llaman de la Dehesa, cerca del pueblo, el religioso mandó al joven que se adelantase. Así lo hizo su silencioso acompañante, que se dirigió directamente hasta Liérganes, sin errar una sola vez en el camino; ya en el lugar, se encaminó sin dudar hacia la casa de María de Casar. Esta, en cuanto le vio, le reconoció como su hijo Francisco, al igual que sus hermanos que se hallaban en la casa.

Ya en casa de su madre, Francisco vivió tranquilo sin mostrar ningún interés por nada. Siempre iba descalzo, y si no le daban ropa no se vestía y andaba desnudo con absoluta indiferencia. No hablaba; sólo de vez en cuando pronunciaba las palabras «tabaco», «pan» y «vino», pero sin relación directa con el deseo de fumar o comer. Cuando comía lo hacía con avidez, para luego pasarse cuatro o cinco días sin probar bocado. Era dócil y servicial; si se le mandaba algún recado lo cumplía con puntualidad, pero jamás mostraba entusiasmo por nada. Por todo ello se le tuvo por loco hasta que un buen día, al cabo de nueve años, desapareció de nuevo en el mar sin que se supiera nunca más de él.


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