En
los capítulos anteriores se abordaron el
origen
del templo de la Vera
Cruz,
su plano telúrico y las leyendas relacionadas con el monumento,
además
de los estudios de Ernst
Hartmann.
Ahora de trata de profundizar en algunos aspectos de la
Orden
del Temple y
de las simbología de la iglesia de la Vera
Cruz.
Iglesia de la Vera Cruz (Segovia). |
La
Orden
del Temple,
con
Hugo
de Payns al
frente como promotor inicial y primer Gran
Maestre,
que
fue legalizada oficialmente por la
Iglesia católica
en 1129 durante el Concilio
de Troyes
hasta que, en el año 1312, el papa
Clemente
V,
cediendo a las presiones de Felipe
IV de
Francia,
acosado por las deudas contraídas con esta poderosa comunidad
templaria, disolvió definitivamente la orden
tras torturas y muertes en la hoguera.
Ante
el sentimiento religioso de la época, unido al ideal de Caballería,
la Orden de los Pobres Caballeros de Cristo y del Templo de
Salomón fue creada para la protección de los cruzados y
peregrinos en Tierra Santa y defensa de los Santos Lugares,
llegando a poseer una de las unidades militares mejor preparada de la
época. Inevitablemente, su expansión abarcó también el sector
económico y generó una compleja estructura de transacción
comercial basada en nuevas técnicas financieras que fueron
configurando las bases de la banca actual.
De
modo paralelo, el núcleo intelectual de esta orden, de mentalidad
abierta y universalista, fue trasladando conceptos simbólicos a sus
construcciones, cultos y rituales de iniciación inspirados en las
enseñanzas esotéricas de la cábala hebraica, el cristianismo
copto, el Islam y la filosofía hermética.
Así
pues, el edículo, del
que se habló en la primera entrega,
instalado en la
planta
dodecagonal de
la Vera
Cruz,
más allá de ser una solución arquitectónica, materializa en su
configuración formal un significativo mensaje místico. Analizando
su planta centralizada, se
puede comprobar como
los cuatro brazos iguales de la cruz, acoplados en la planta del
edículo a modo de pasillos, coinciden con los cuatro puntos
cardinales.
Simbólicamente,
estas coordenadas geográficas se presentan como un mapa cósmico
básico de la Creación. Esta cruz, a su vez, queda enmarcada
en el trazado invisible de un cuadrado, figura geométrica que por su
sólida inmovilidad representa el mundo terrenal; un cuadrado
terrenal, sobre el cual el espíritu se manifiesta, concepto
representado por la pequeña bóveda califal de la planta superior y
el contorno dodecagonal del edificio.
A
mayor número de lados, un polígono se aleja mucho más del cuadrado
-tierra- y se acerca al círculo -cielo. Y en este juego combinado de
cuadrado y círculo: tierra y cielo, la materia y el espíritu se
integran armónicamente.
En
el centro del recinto sagrado, este edículo que se nos presenta como
un templo dentro de otro templo, se eleva como un Árbol de la
Vida de clara influencia islámica que une tierra y cielo, muy
similar al que encontramos en la ermita de San Baudelio de
Berlanga, en Soria. Este Árbol o Pilar Cósmico
es, a la vez, de naturaleza humana si lo contemplamos por analogía a
distinta escala, según los principios herméticos. De esta forma, a
través de esta metáfora arquitectónica, se obtiene la
intercomunicación de los distintos niveles y aspectos del ser humano
que van en ascenso desde los más mundanos a los más espirituales.
En
el ritual de iniciación, el neófito escalaba cada una de las etapas
cumpliendo su itinerario de aprendizaje espiritual en un proceso
simbólico de transformación interna.
Partiendo
desde la planta baja, como la cueva que alberga el mundo de lo
inconsciente, los aspectos más mundanos del caballero se
desvanecerían para potenciar una conciencia más espiritual y
universal a través de un Yo más libre de intereses terrenales.
Un
proceso que, probablemente, culminaría con la reclusión temporal
del caballero en un reducido habitáculo envuelto en una atmósfera
de soledad y reflexión meditativa, cercana simbólicamente al mundo
del espíritu debido a su elevada localización dentro del templo.
Un
habitáculo que, como se
puede comprobar en las fotografía
correspondiente a la planta superior del edículo, tiene una extraña
entrada especialmente inaccesible a través de unas pequeñas puertas
de madera.
Si
partimos de la premisa de que las condiciones del entorno y los
estímulos externos condicionan al ser humano para bien o para mal,
para potenciar o debilitar, hipotéticamente una concentración
energética determinada, con el grado de exposición apropiado, puede
favorecer y reactivar el sistema nervioso y el estado biológico de
un individuo.
Esta
disposición física, por muy bajo que sea el porcentaje de su
influencia, añadida a todo el protocolo que conllevaba el ritual de
iniciación, repercutiría en los aspectos psicológicos del
aspirante durante ese proceso interno de meditación y transformación
que acabaría potenciando las fuerzas internas del ser.
No
olvidemos la gran fortaleza de estos Caballeros del Temple,
cuyo éxito procedía no sólo de su excelente preparación física
sino también del valioso e infalible factor psicológico de entrega
y fervor a sus principios, código de honor y reglas, capaz de
proporcionar el estímulo mental adecuado y una fuerte convicción
para lograr los objetivos propuestos por la Orden.
El
profesor Ignacio López de Silanes realizó un trabajo de
investigación en la misma iglesia de la Vera Cruz y descubrió
que en el interior del templo de producen dos conjunciones solares.
En
primer lugar, identificó la existencia de tres ventanas
perfectamente alineadas con el altar y el sol, cinco puntos que
podían provocar una conjunción solar, que se producía coincidiendo
con fiestas religiosas, una de ellas cada 15 de agosto, fiesta de la
Asunción de Nuestra Señora. Una fecha de gran importancia
para los templarios. La segunda conjunción -matutina- se produce
esos mismos días, al entrar la luz por el ábside e iluminar el
centro de la capilla inferior, aunque no se puede apreciar al existir
un crucifijo en medio.
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