Determinadas
construcciones, relacionadas con el culto religioso, suelen ubicarse
en zonas concretas escogidas por unas características y factores no
sólo prácticos, como el abastecimiento de agua o un apreciado
distanciamiento del mundanal ruido, sino también, por su
concentración energética, como podría ser el caso de determinadas
catedrales, ermitas y conjuntos megalíticos.
Interior de la iglesia de la Vera Cruz. |
Diversas
investigaciones han tratado de desvelar
en qué consistiría esa concentración e irradiación energética, y
qué posible e hipotética funcionalidad tendría dentro de órdenes
religiosas como la de los Templarios,
teniendo en cuenta que sus actividades no sólo se centraron en el
terreno militar y en el culto religioso más convencional y ortodoxo.
Dentro
de las posibles respuestas está la investigación realizada por el
doctor Ernst Hartmann en el año 1951. Partiendo de un estudio
dedicado a medir la resistencia eléctrica de un grupo de personas en
diferentes lugares, Hartmann llegó a configurar toda una red
electromagnética invisible, pero medible, alrededor de todo el
planeta.
Las
líneas Hartmann son líneas rectas perpendiculares de 21
centímetros de ancho, separadas por 2’50 metros de distancia, en
sentido norte-sur, con una polaridad negativa de naturaleza
magnética, separadas por dos metros en sentido este-oeste con
polaridad positiva de naturaleza eléctrica.
Como
se
sabe a
través de la medicina oriental, el cuerpo humano está recorrido por
meridianos energéticos; de igual forma, la Tierra
como organismo vivo que es, posee una red de ondas magnéticas y
radiaciones procedentes de su interior de origen natural como, por
ejemplo, la desintegración radiactiva de minerales, cuyos efectos,
curiosamente, pueden ser potenciados por la conductividad de las
corrientes de agua del subsuelo.
Los
cruces o intersecciones de estas líneas de energía se llegan a
convertir en puntos “geopatógenos” por las implicaciones
negativas que causan a un ser vivo en su sistema nervioso, cuando
éste permanece demasiado tiempo expuesto a este tipo de radiación.
Sólo
los animales son capaces de detectar sensiblemente la frecuencia
vibratoria de estas emisiones, lo que les evita recibir estos efectos
negativos. ¿Será por eso que los grajos no se posan sobre los
tejados de la Vera
Cruz?,
como
se explica la leyenda expuesta en el capítulo anterior.
Hay
quién se pregunta si en algún momento, la Orden del Temple pudo
utilizar este tipo de concentración energética para sus rituales de
iniciación. Se cree que este recinto no estaba especialmente
destinado al culto público, sino a ritos iniciáticos.
Actividades
rituales que, por su secretismo y su naturaleza simbólica,
incomprensibles
para mentes convencionales de la época, fueron mal interpretadas y
posteriormente utilizadas, junto a otras acusaciones, para lograr su
destrucción como orden religiosa, ya que llegó a adquirir un poder
económico, político y religioso que hizo peligrar el orden
establecido y la hegemonía de los estados.
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