Condenado por la Inquisición con un sambenito y una coroza, obra de Francisco de Goya. |
Originariamente
se trataba de un saco de lana bendecido por el cura, de donde viene
el nombre de saco bendito que da lugar a sambenito por asimilación
fonética con San Benito.
El
sambenito ya fue usado por la inquisición pontificia
medieval. En el Manual de Inquisidores (1378) Nicholas
Eymerich lo describe como una túnica formada por dos faldones de
tela, uno por delante y otro por detrás en forma de escapulario,
sobre la que iban cosidas unas cruces rojas.
El
sambenito usado por la Inquisición española era una
especie de gran escapulario con forma de poncho. Estaba hecho con una
tela rectangular con un agujero para pasar la cabeza, que una vez
puesta le llegaba al condenado hasta poco más abajo de la cintura
por el frente y por la espalda.
Los
sambenitos variaban según el delito y la sentencia. Los condenados a
muerte llevaban un sambenito negro con llamas y a veces demonios,
dragones o serpientes, signos del infierno, además de una coroza
(gorro) roja.
Los
reconciliados con la iglesia
católica,
porque habían reconocido su herejía y se habían arrepentido
llevaban un sambenito
amarillo con dos cruces rojas de
Santiago
y llamas orientadas hacia abajo, lo que simbolizaba que se habían
librado de la hoguera.
Los
sentenciados a recibir latigazos, como los impostores o los bígamos,
llevaban atada una soga al cuello con nudos, que indicaban los
centenares de latigazos que debían recibir.
Muchas
veces llevaban escrito el nombre del condenado, como en el caso de
los famosos sambenitos
de la iglesia de Santo
Domingo
de Palma
de Mallorca,
que originaron el asunto de los chuetas,
que
personas
marginadas por ser familiares de los condenados. Los reos eran
paseados por la ciudad descalzos, vistiendo el sambenito
y con un gran cirio en la mano.
Los
reconciliados estaban obligados a llevar el sambenito
siempre durante todo el tiempo que durara la condena como señal de
su infamia y sólo podían quitárselo dentro de su casa. Cumplida la
sentencia, sus sambenitos
eran colgados en la iglesia parroquial para que no se olvidara su
crimen, así como los sambenitos
de los quemados en la hoguera. La
Inquisición
consideraba que había que perpetuar el recuerdo de la infamia de un
hereje, infamia que se proyectaba sobre sus familias y descendientes.
Esta
costumbre de colgar los sambenitos una vez finalizada la condena
comenzó a principios del siglo XVI y se hizo obligatoria a partir de
las
Instrucciones de 1561
del inquisidor general
Fernando de Valdés y Salas.
Este
propósito de perpetuar la infamia de los condenados de generación
en generación y por el que familias enteras fueron castigadas por
los pecados de sus antepasados, llegó al extremo de que cuando los
sambenitos
se
caían a pedazos por viejos eran reemplazados por otros nuevos en los
que figuraban los nombres de los herejes.
La
obligación de colgar los sambenitos
fue contestada no sólo por los familiares, que por culpa de ellos
estaban incapacitados para ocupar cargos públicos, sino también por
los feligreses y los rectores de las iglesias donde se colgaban, a
las que se trasladaba la infamia. Pero la Inquisición
no cambió de parecer y mantuvo esta disposición hasta finales del
siglo XVIII.
Los
historiadores Emilio
la
Parra
y María
Ángeles Casado
sitúan a mediados del siglo XVIII la desaparición de la costumbre
de colocar en las iglesias los sambenitos
de
los condenados.
Respecto
de la etimología de la palabra, hay quienes sostienen que proviene
del nombre de San
Benito,
cuyo significado pasó por designar primero al “escapulario
benedictino“, luego al “escapulario que se ponía a los
condenados por la Inquisición”
y finalmente, “signo de infamia“.
El
objetivo de penitencia de este atuendo dio origen al dicho popular
cargar
o colgar
a uno el
sambenito,
con el que se expresa el acto de echar sobre alguien una culpa que no
merece, o
con
el significado de cargar con una culpa inmerecida, perder la
reputación y ser despreciado por algún oprobio.
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