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sábado, 3 de febrero de 2024

La magia en Zugarramurdi

 

Brujería, magia negra, vampirismo, canibalismo y trato con el mismo diablo son leyendas que han habitado las tierras de Zugarramurdi, localidad enclavada en el navarro Valle del Baztán, desde hace cientos de años. Su fama ha llegado hasta las pantallas de cine con películas como Akelarre (1984) de Pedro Olea o Las brujas de Zugarramurdi (2013) de Álex de la Iglesia.


La Cueva de las Brujas.


A finales de la segunda década del siglo XVII, un grupo de vecinos de Zugarramurdi empezó a asaltar las casas de sospechosos de brujería en busca de pruebas que confirmaran sus malas artes. La agitación respondía a los rumores que se filtraban desde el otro lado de los Pirineos acerca de una gran actividad de brujos y brujas por aquella zona.

Esta ola de persecuciones alertó a algún que otro clérigo, y el asunto llegó a oídos de la Inquisición. Comisarios e inquisidores del Santo Oficio iniciaron una investigación en la que recogían testimonios y declaraciones a la par que llevaban a cabo interrogatorios.

Las confesiones en público de María Ximildegui y María de Jureteguía acerca de los aquelarres a los que habían asistido, sirvieron para que el miedo explotara en la localidad y el ambiente se tornara tan opresivo como peligroso.

Un total de 53 personas fueron arrestadas y la mayoría murió antes de ser juzgadas. El 7 de noviembre de 1610 se celebró un Auto de Fe en el que 21 de ellas fueron acusadas de delitos menores, 21 perdonadas y 11 condenadas a la hoguera.

Las sentencias se llevaron a cabo a pesar de la negativa del inquisidor Alonso de Salazar y Frías, llamado “el abogado de las brujas” por defender que aquellas acusaciones eran falsas.

la superstición se impuso y el 6 de noviembre de 1610 se celebró una gran procesión previa al auto de fe. La plaza del Ayuntamiento de Logroño se engalanó para el espectáculo público en el que se dictaban sentencias a los reos. La multitud se agolpó en la plaza. Once eran las personas condenadas a muerte, aunque cinco de ellas ya habían fallecido durante los interrogatorios. Aunque se atribuye a un brote de peste, los inquisidores tuvieron claro que era una enfermedad del demonio, para que los acusados no llegaran a contar sus prácticas. Dos días se alargó el auto de fe .

Reseñar que la Cueva de Zugarramurdi, situada a medio kilómetro del pueblo, es donde se dice que celebraban sus ritos paganos y que fueron presentados como prueba irrefutable de brujería. Esta cueva de impresionantes dimensiones fue creada por la corriente de agua Regata del Infierno.

sábado, 18 de julio de 2020

Colgar el sambenito

En la lengua española hay muchas expresiones que son utilizadas con frecuencia pero que en ocasiones no sabemos su significado o no conocemos su procedencia, Una de ellas es “colgar el sambenito”.

Condenado por la Inquisición con un sambenito y
una coroza, obra de Francisco de Goya.
Originariamente se trataba de un saco de lana bendecido por el cura, de donde viene el nombre de saco bendito que da lugar a sambenito por asimilación fonética con San Benito.

El sambenito ya fue usado por la inquisición pontificia medieval. En el Manual de Inquisidores (1378) Nicholas Eymerich lo describe como una túnica formada por dos faldones de tela, uno por delante y otro por detrás en forma de escapulario, sobre la que iban cosidas unas cruces rojas.

El sambenito usado por la Inquisición española era una especie de gran escapulario con forma de poncho. Estaba hecho con una tela rectangular con un agujero para pasar la cabeza, que una vez puesta le llegaba al condenado hasta poco más abajo de la cintura por el frente y por la espalda.

Los sambenitos variaban según el delito y la sentencia. Los condenados a muerte llevaban un sambenito negro con llamas y a veces demonios, dragones o serpientes, signos del infierno, además de una coroza (gorro) roja.

Los reconciliados con la iglesia católica, porque habían reconocido su herejía y se habían arrepentido llevaban un sambenito amarillo con dos cruces rojas de Santiago y llamas orientadas hacia abajo, lo que simbolizaba que se habían librado de la hoguera.

Los sentenciados a recibir latigazos, como los impostores o los bígamos, llevaban atada una soga al cuello con nudos, que indicaban los centenares de latigazos que debían recibir.

Muchas veces llevaban escrito el nombre del condenado, como en el caso de los famosos sambenitos de la iglesia de Santo Domingo de Palma de Mallorca, que originaron el asunto de los chuetas, que personas marginadas por ser familiares de los condenados. Los reos eran paseados por la ciudad descalzos, vistiendo el sambenito y con un gran cirio en la mano.

Los reconciliados estaban obligados a llevar el sambenito siempre durante todo el tiempo que durara la condena como señal de su infamia y sólo podían quitárselo dentro de su casa. Cumplida la sentencia, sus sambenitos eran colgados en la iglesia parroquial para que no se olvidara su crimen, así como los sambenitos de los quemados en la hoguera. La Inquisición consideraba que había que perpetuar el recuerdo de la infamia de un hereje, infamia que se proyectaba sobre sus familias y descendientes.

Esta costumbre de colgar los sambenitos una vez finalizada la condena comenzó a principios del siglo XVI y se hizo obligatoria a partir de las Instrucciones de 1561 del inquisidor general Fernando de Valdés y Salas.

Este propósito de perpetuar la infamia de los condenados de generación en generación y por el que familias enteras fueron castigadas por los pecados de sus antepasados, llegó al extremo de que cuando los sambenitos se caían a pedazos por viejos eran reemplazados por otros nuevos en los que figuraban los nombres de los herejes.

La obligación de colgar los sambenitos fue contestada no sólo por los familiares, que por culpa de ellos estaban incapacitados para ocupar cargos públicos, sino también por los feligreses y los rectores de las iglesias donde se colgaban, a las que se trasladaba la infamia. Pero la Inquisición no cambió de parecer y mantuvo esta disposición hasta finales del siglo XVIII.

Los historiadores Emilio la Parra y María Ángeles Casado sitúan a mediados del siglo XVIII la desaparición de la costumbre de colocar en las iglesias los sambenitos de los condenados.

Respecto de la etimología de la palabra, hay quienes sostienen que proviene del nombre de San Benito, cuyo significado pasó por designar primero al “escapulario benedictino“, luego al “escapulario que se ponía a los condenados por la Inquisición” y finalmente, “signo de infamia“.

El objetivo de penitencia de este atuendo dio origen al dicho popular cargar o colgar a uno el sambenito, con el que se expresa el acto de echar sobre alguien una culpa que no merece, o con el significado de cargar con una culpa inmerecida, perder la reputación y ser despreciado por algún oprobio.