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sábado, 14 de diciembre de 2024

Una vuelta por Pastrana

 

Al sur de la provincia de Guadalajara, junto al río Arlés, Pastrana se enorgullece de su título de Villa Ducal, de su etapa dorada en el Siglo de Oro, de la princesa de Éboli, de los conventos que fundaron Santa Teresa y San Juan de la Cruz, o del retrato que de ella hizo Camilo José Cela en el 'Viaje a la Alcarria'.


Panorámica de Pastrana.


Sus calles estrechas y empedradas llevan al caminante a algunos de sus tesoros, como el Palacio Ducal, mezcla de Renacimiento y Manierismo o su colegiata del siglo XIV, con una magnífica colección de tapices góticos en su interior pertenecientes a Alfonso V de Portugal.

Ubicada en la comarca de la Alcarria, la localidad tuvo su auge entre los siglos XVI y XVII. Fue declarada conjunto histórico-artístico en 1966. Existen leyendas que hablan de un incierto origen romano, aunque en realidad Pastrana se funda en el siglo XIII bajo la Orden de Calatrava, en tiempos de la repoblación cristiana de la comarca de la Alcarria. De esa pequeña aldea medieval destaca su primera iglesia y su muralla del siglo XIV. En 1369 obtuvo el privilegio de Villa de manos del rey Enrique II de Castilla, consiguiendo así su independencia jurisdiccional.

Dos siglos más tarde, en 1541, fue Pastrana enajenada de la Orden de Calatrava, para ser vendida por el rey Carlos I a la condesa de Mélito y abuela de la princesa de Éboli, Ana de la Cerda. Sabiendo la Villa de la pérdida de su autogobierno, el Concejo intentó comprarse a sí misma. Pastrana pasaba de Villa de realengo a Villa de señorío, iniciando la nueva señora de Pastrana la construcción de su palacio en 1542.

La Villa fue heredada por el hijo de la condesa de Mélito, Gastón de la Cerda y fue el hijo de este, Iñigo de Mendoza y de la Cerda quien, en 1569, cansada ya la familia de los interminables pleitos con el Concejo, vendería la Villa a Ruy Gómez de Silva, secretario de Felipe II, casado con Ana de Mendoza y de la Cerda, futuros duques de Pastrana y príncipes de Éboli.

Con los nuevos propietarios, Pastrana comienza un enriquecimiento y crecimiento propio de su condición como cabeza de los Estados de su ducado. El mismo año de 1569, los príncipes acogieron en su propio palacio a Santa Teresa de Jesús que había llegado a la Villa, llamada para fundar dos conventos carmelitas: el convento de San José y el convento de San Pedro. La primitiva iglesia es ahora cuando no solo sigue ampliándose en tamaño, sino en importancia, convirtiéndose en colegiata y atesorando numerosas obras artísticas bajo el patrocinio de la Casa Ducal.

Uno de los hechos que más hicieron crecer la Villa fue la llegada a Pastrana, traído por Ruy Gómez de Silva, de un grupo de familias moriscas de las Alpujarras para trabajar en la recién creada y próspera industria sedera y tapicera que en el nuevo barrio del Albaicín se estableció.

En 1573, tras la muerte del duque Ruy Gómez, su viuda la princesa de Éboli abandonó sus obligaciones nobiliarias y maternales e ingresó en la clausura del convento, todavía en fundación de San José, lo que provocó la salida apresurada de la comunidad carmelita y el llamamiento del propio Felipe II a que retomara sus obligaciones y se pusiera al frente de la Casa DucalFray Pedro González de Mendoza, hijo de los duques, continuaría la labor de engrandecimiento de Pastrana, reedificando la colegiata y convirtiéndola en el templo funerario de la familia que es hoy en día.

Los sucesivos duques de Pastrana, ya establecidos en Madrid, fueron paulatinamente distanciándose de la Villa, aunque eso no impidió que se mantuvieran las manufacturas textiles al amparo de la Casa Ducal o que la colegiata fuera ricamente dotada de los tapices góticos-flamencos de Alfonso V de Portugal de manos del cuarto duque.

Desde finales del siglo XVII Pastrana perdió esa importancia y época dorada como cabeza del Estado de una de las ramas de la familia Mendoza, pero hasta la actualidad ha sabido mantenerse como epicentro de la comarca de la Alcarria, siendo un referente histórico, cultural y patrimonial.

sábado, 17 de abril de 2021

La princesa que murió encerrada

 

Ana de Mendoza, más conocida como la princesa de Éboli tuvo una gran influencia en la corte del rey Felipe II pero terminó muriendo encerrada por orden del rey. Fue una de las mujeres de más talento de su época, y se la consideró como una de las damas más hermosas de la corte española. La pérdida de su ojo derecho, la imagen con el parche la hizo reconocible para todos, fue producida por la punta de un florete manejado por un paje durante su infancia. Una figura cuya historia está rodeada de leyendas y de datos históricos no suficientemente contrastados, que han dado lugar a numerosos equívocos sobre su biografía.


Princesa de Éboli.


Ana Mendoza de la Cerda era la única hija de Diego Hurtado de Mendoza, virrey de Perú, príncipe de Mélito y duque de Francavilla, y de Catalina de Silva, hermana del conde de Cifuentes. Se concertó su matrimonio con el príncipe de Éboli, Ruy Gómez de Silva y Téllez de Meneses, en 1552, aunque la unión no se llevó efectivamente a cabo hasta siete años después. Durante su estancia en la corte entabló una estrecha amistad con la reina Isabel de Valois.


Poseedora de una de las mayores fortunas de España, a la muerte de su esposo en 1573 se retiró al convento de carmelitas de Pastrana (Guadalajara), casa que había sido fundada a expensas suyas por Santa Teresa de Jesús. Allí entorpeció los trabajos que se realizaban porque quería que se construyesen según sus dictados, lo que provocó numerosos conflictos con monjas, frailes, y sobre todo con Teresa de Jesús, fundadora de las carmelitas descalzas.


La princesa quería ser monja y que todas sus criadas también lo fueran. le fue concedido su deseo a regañadientes por Teresa de Jesús y se la ubicó en una celda austera. Pronto se cansó de la celda y se fue a una casa en el huerto del convento con sus criadas. Allí tenía armarios para guardar vestidos y joyas, además de tener comunicación directa con la calle y poder salir a voluntad. Ante esto, por mandato de Teresa, todas las monjas se fueron del convento y abandonaron Pastrana, dejando sola a Ana de Mendoza. Antes de marcharse publicó una biografía tergiversada de la que después fue santa Teresa, lo que produjo el escándalo de la Inquisición española, que prohibió la obra durante diez años.


Después de los referidos seis meses de agitada vida conventual fue obligada por el rey a renunciar a los hábitos y a hacerse cargo, en conformidad con el testamento de su esposo, de la tutoría de sus hijos y de la administración de los bienes heredados por éstos.


A raíz de su regreso a la corte comenzó una etapa de su vida caracterizada por la intriga y el escándalo, fruto de su personalidad caprichosa y voluble y de las supuestas relaciones amorosas, las supuestas con el propio monarca, con Juan de Escobedo, secretario de Juan de Austria, y con Antonio Pérez, secretario real y cabeza visible de la facción ebolista desde la muerte del príncipe.


En este punto habría que señalar respecto a sus supuestos amores con el rey, que varios historiadores niegan esa relación, simplemente porque las fechas no cuadran. En el tiempo de los supuestos amores, el rey estaba en Inglaterra y ella aun siendo una niña, aunque ya casada, vivía en España en casa de sus padres. Además, si estos hubiesen sido ciertos, cuando el rey se casó por tercera vez con Isabel de Valois, resultaba extraño que ninguno de los embajadores franceses enviara a la madre de la reina, Catalina de Médicis, algún tipo de mensaje para informar del asunto, sin mencionar el amor incondicional que Felipe II demostraba a Isabel.


Por otra parte, sí parece probable que la princesa de Éboli y Antonio Pérez mantuvieran relaciones y negociaciones secretas con los rebeldes flamencos y portugueses, hecho del que habría tenido conocimiento Juan de Escobedo; para evitar que Escobedo revelase el secreto se le acusó de una grave conspiración política supuestamente urdida con Juan de Austria. El 31 de marzo de 1578, Escobedo fue asesinado por orden de Antonio Pérez, seguramente con el consentimiento real.


La princesa de Éboli aprovechó la influencia de Pérez y su conocimiento de los secretos de Estado para satisfacer sus ambiciones políticas y sus necesidades económicas. La concesión de dignidades eclesiásticas y la venta de información política reservada figuran entre los negocios más fructíferos en que ambos intervinieron. A la muerte del rey Sebastián de Portugal (1578), la princesa volvió a colaborar con Pérez con el fin de apoyar la candidatura de la duquesa de Braganza al trono portugués, oponiéndose así a las pretensiones dinásticas de Felipe II en este mismo sentido.


Al tener conocimiento de estas intrigas y al percatarse de que había sido engañado en el asunto de Escobedo, el monarca se vio en la necesidad de ordenar, el 18 de julio de 1579, el encarcelamiento de la princesa de Éboli y de Antonio Pérez, hecho que dio lugar al episodio más importante de las llamadas Alteraciones de Aragón. Acusada de pródiga, Ana Mendoza de la Cerda fue encerrada en la Torre de Pinto (Madrid) y luego en la fortaleza de Santorcaz, en las cercanías de Pastrana; en 1581 el rey le permitió retirarse a su villa de Pastrana, donde permaneció hasta su muerte confinada y exonerada de la tutela de sus hijos.