El edificio enclavado en el número tres de la madrileña calle Antonio Grilo, en el barrio de Malasaña, está considerado como la finca donde más crímenes se han cometido en la capital española.
Número 3 de la calle Antonio Grilo. |
El edificio tiene casi 140 años y se le conoce como la casa maldita. Entre sus paredes se han cometido crímenes de todo tipo. En 1776 un sacerdote enamorado de una costurera a la que acosaba, asesinó en esta calle a un vecino que le acusaba públicamente. A pesar de ser condenado a muerte, Carlos III le salvó de la pena para proteger el buen nombre de la Iglesia.
Ya en el siglo XX en esta finca acumula hasta nueve víctimas. En 1945 un vecino fue asesinado tras ser golpeado con un candelabro y estrangulado. En una de las manos se encontró un mechón de pelo del homicida, que nunca llegó a ser descubierto.
En 1964, una madre soltera estranguló a su recién nacido para así ocultar su nacimiento. Envolvió el cuerpo inerte del bebé en una toalla y lo introdujo en el cajón de una cómoda, como si nada hubiese sucedió. Finalmente fue detenida.
Sin embargo, el crimen más siniestro tuvo lugar el 1 de mayo de 1962 en el tercer piso. José María Ruiz, sastre de profesión, acabó con las vidas de su mujer y cinco hijos, cuyos cadáveres exhibió por el balcón al vecindario, y luego se suicidó de un disparo en la cabeza. A pesar de que los vecinos consideraban al padre de familia como un hombre tranquilo y afable, aseguraron que durante los hechos no paraba de repetir que “las voces le obligaban a hacerlo”.
Años más tarde, en unas obras de remodelación, se hallaron fetos de niños en el número 9 de esta calle, lo cual podría deberse a que en el siglo XVI sobre este terreno se ubicaba el beaterio y cementerio de Santa Catalina de Siena.
Además, en el entorno del edificio se sucedieron, según la prensa de la época, accidentes de motocicleta, ajustes de cuentas, suicidios, atropellos de tranvía o un hombre degollado en 1915 justo al lado de la entrada a la casa maldita.
Por otra parte, llama la atención la extraña combinación de colores que adorna este lugar. El tono salmón de las paredes choca de manera impactante con el estuco marrón. Este crimen visual, la amalgama discordante de colores, añade una capa adicional de misterio y desconcierto a la ya turbia historia de la casa de la calle Antonio Grilo.
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