Para hacerse una idea de la figura de Freya Stark hay que decir que fue una viajera empedernida, escribió 24 libros sobre viajes y con 81 años subió a lomos de una mula el Himalaya. Aventurera y apasionada por Oriente Medio, viajó sola a Persia para cartografiarla y durante la Segunda Guerra Mundial fue una espía que organizó una red de inteligencia británica para que los árabes no apoyasen a Hitler. Hablaba 9 idiomas.
Freya Stark. |
Desde que en su infancia cayera en su manos un ejemplar de Las mil y una noches, Freya Stark supo que tenía que dedicar su vida a recorrer esos parajes cargados de exotismo. Su condición de mujer no le facilitó las cosas, pero su valentía y su constancia la llevaron finalmente a viajar por lugares donde ningún hombre occidental había estado antes.
Nacida en París en 1893, la vida nómada de Freya Starck empezó muy pronto. Pasó su infancia a caballo entre Italia, de donde era su madre, e Inglaterra, de donde era originario su padre. Como regalo en su noveno cumpleaños, Freya recibió el ya citado ejemplar de Las mil y una noches y desde aquel momento se enamoró por completo del misterioso y exótico Oriente. Freya había nacido prematuramente, lo que le acarreó graves problemas de salud durante su infancia y juventud. Así, los largos períodos en los que se vio obligada a permanecer en cama, convaleciente, la joven aprovechó para devorar con pasión todos los libros que caían en sus manos.
A pesar de haber pasado por ciertos apuros económicos, Freya logró matricularse en el Bedford College de Londres en 1913, así como en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos, donde recibió sus primeras lecciones de persa y de árabe. La escuela cerró debido al estallido de la Primera Guerra Mundial y la joven tuvo que regresar a Italia con su familia, donde sirvió como enfermera voluntaria en la unidad de ambulancias de la Cruz Roja. En aquella época se enamoró del médico Quirino Ruata, o Guido, como le gustaba llamarlo. Pero cuando estaban a punto de casarse, Guido rompió repentinamente su compromiso, lo cual representó un duro golpe para ella. En 1920, se trasladó a San Remo para asistir a unas clases de árabe impartidas por un monje que había vivido en Beirut. En noviembre de 1927, Freya decidió embarcar en el carguero Abazzia con destino al Líbano. Pero antes de emprender el viaje, sufrió una grave úlcera gástrica por la que tuvo que ser operada de urgencia.
Aunque la salud de Freya era todavía muy débil, eso no le impidió hacer las maletas y poner rumbo hacia las tierras que hasta ese momento solo había visitado en su imaginación. A su llegada a Beirut, lo primero que hizo fue perfeccionar su árabe y familiarizarse con unas tradiciones que con el tiempo asumiría como propias.
Un año más tarde viajó hasta Damasco, donde se reunió con su amiga Venetia Buddicom. Su estancia en la capital siria fue bastante atípica. Alejada del glamour de los hoteles de cinco estrellas, Freya se alojó en el barrio de las prostitutas lo que escandalizó a las delegaciones diplomáticas europeas de la ciudad. La intención de la exploradora era visitar la aldea de Qanawat, donde vivía el principal líder druso del país, una minoría religiosa que habita principalmente en Siria y Líbano. A su regreso a Italia tras 7 meses de duro viaje, Freya logró publicar su primer artículo en la revista Cornhill Magazine firmando con el seudónimo Tharaya, nombre árabe de una de las estrellas de la constelación de las Pléyades.
En 1929, Freya Stark emprendió viaje a Irak, entonces protectorado británico. Su llegada a Bagdad, la capital iraquí, supuso un quebradero de cabeza para los británicos, ya que Freya se negó a hospedarse en la legación diplomática y prefirió hacerlo en un barrio céntrico de la capital. Allí quedó fascinada por la ciudad a pesar de que poco quedaba ya del esplendor que tuvo la Bagdad del siglo VIII bajo el reinado del califa de las Mil y una noches Harún al Raschid.
Sintiéndose preparada para emprender la marcha hacía un destino que aún nadie había cartografiado, Freya abandonó Bagdad equipada con una pistola, varios mapas, un equipo de supervivencia, un botiquín y el libro de viajes de Marco Polo en su equipaje. Durante los diez días que duró la marcha, Freya cabalgó a lomos de un burro hasta su destino final, la legendaria roca de Alamut, conocida como el castillo de Qasi Khan, refugio de la famosa secta de los hashashin y de su líder, el sanguinario Han ibn al-Sabbah.
A pesar de que el castillo de Qasi Khan se encontraba en ruinas, Freya anotó todo lo que vio y fotografió todos y cada uno de los rincones que visitó, situando el emplazamiento en su lugar correcto en los mapas. A su regreso a Bagdad, Freya se había convertido en un personaje famoso, hasta el punto de que la Royal Geographical Society, una institución vetada entonces a las mujeres, quedó fascinada ante la crónica de sus viajes, que había ido publicando en diversos libros.
A pesar del éxito de su viaje, Freya, completamente agotada y con la salud muy resentida, tan solo deseaba regresar a su casa en Europa y descansar. En el año 1931, Freya ya había completado tres de las rutas más peligrosas por el desierto del oeste de Irán, lugares por los que ningún occidental se había aventurado antes. Todas sus experiencias quedaron reflejadas en la obra Los valles de los asesinos, publicada en 1934. Esperando averiguar cuál era la ruta de los comerciantes de incienso del Hadhramaut,en el golfo de Adén, Freya navegó por el mar Rojo hasta la ciudad de Adén, y desde allí viajó a la antigua Shabwa, en el actual Yemen, de la que se decía que había sido la legendaria capital de la reina de Saba. Estos viajes la llevaron a conocer una realidad muy dura, como la existencia de la esclavitud. Sus experiencias en aquel viaje fueron publicadas en 3 libros.
En 1947, cuando tenía 54 años, Freya Starck se casó con Stewart Perowne, un administrador británico, arabista e historiador que le ocultó su homosexualidad. La relación fue muy complicada, y al final la pareja se separó en 1952. Tras ello, Freya volvió a viajar de nuevo, esta vez a Turquía. Incansable, Freya siguió viajando a pesar de su edad. En 1968, a sus 75 años, viajó a Afganistán en la que sería su última expedición. La veterana exploradora quería visitar el minarete de Jam, del siglo XIII, y en 1970 publicaría un libro sobre sus experiencias en este viaje.
Freya Starck recibiría un reconocimiento a su labor en 1972, cuando fue nombrada Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico. Retirada ya de la vida activa, falleció en su casa de Asolo (Italia) el 9 de mayo de 1993, poco antes de cumplir los cien años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario