Toledo, ciudad imperial. Foto: R. Triviño. |
El
dicho popular está
ligado a una leyenda que
tiene su origen en un hecho ocurrido en Toledo
en el año 797,
siendo emir de Córdoba
Al-Hakam I,
nieto de Abd
al-Rahman I.
Tulaytula,
nombre árabe de Toledo,
era gobernada por un joven llamado Jusuf-ben-Amru,
déspota y cruel con todos los toledanos y
autor de múltiples
fechorías que cometía
amparándose en su poder.
Tal
era el descontento popular que tras
un levantamiento, los
toledanos tomaron la ciudad. Una comisión de nobles advirtió al
joven gobernador de lo peligroso de la situación, pero éste,
ignorando los consejos, continuó intentando mantener
su poder en la ciudad,
enviando a su guardia personal para
tratar aplastar el
levantamiento. Percatándose
de
que Jusuf
quedaba poco protegido, los
nobles decidieron darle
captura. El pueblo pidió la cabeza del joven y éste fue ejecutado.
Los
componentes de la nobleza
enviaron noticias de lo
sucedido al emir
de Córdoba,
al que pusieron al
corriente de la
situación que había
vivido Toledo bajo
el gobierno de Jusuf.
El emir
hizo llamar al padre
del gobernador
ajusticiado y le contó
el triste final del que fuera su hijo. Amru,
padre del gobernador ejecutado, pidió al emir
que, como pago a sus favores, fuera enviado como nuevo gobernador de
Toledo.
Los
toledanos siempre habían
sido un pueblo rebelde e insubordinado contra sus opresores y siempre
trataron de vivir con cierta independencia. Al-Hakam
I decidió acabar
con esa «rebeldía» por la vida más rápida y sanguinaria y
envió a Amrus para
llevar a cabo sus planes. Las órdenes del nuevo gobernador eran
hacerles creer que gobernaría con independencia de Córdoba
y que, además, tendría en cuenta y estudiaría sus
reivindicaciones. Su objetivo, ganarse su confianza.
Amrus
llegó con buenas palabras y fue un buen gobernador hasta que los
nobles toledanos se confiaron y el plan de Al-Hakam comenzó a
tomar cuerpo. Con la excusa de la llegada del príncipe heredero al
trono de Córdoba, Abd al-Rahman II, Amrús
invitó a toda la nobleza a su residencia para agasajar con una cena
la visita del heredero.
Los
nobles, confiados, se pusieron sus mejores galas y allí se
presentaron. La guardia personal del príncipe esperaba tras una
puerta por donde iban entrando, uno a uno, los nobles de Toledo.
Tras la puerta les esperaba un foso, cavado para tal propósito,
donde eran arrojados tras ser degollados. Fueron degollados muchos,
hasta que alguien grito: ¡Toledanos, es la espada, voto a Dios, la
que causa ese vapor (de la sangre) y no el humo de las cocinas!
Los
que todavía no habían entrado pudieron escapar, pero Al-Hakam
I consiguió sus
objetivos y la
población de Toledo
se apaciguó durante
muchos años.
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