En los capítulos anteriores se abordó la cuestión de las
llamadas guerras carlistas, unos
hechos que explican parte de los conflictos políticos existentes en la España
contemporánea. Ahora se aborda la llamada cuestión foral, también motivo de
debate en la actualidad.
El tema foral tuvo mucha fuerza en el periodo de las guerras carlistas, ya que los fueros
habían permitido que el carlismo
triunfase en las provincias vascas y Navarra,
donde los Voluntarios Realistas no
pudieron ser purgados del Ejército
como en el resto de España, y
cobraron significación política especialmente durante la Tercera Guerra Carlista, cuando el pretendiente al trono Carlos María de Borbón restauró los
fueros de Cataluña. La llegada de
los borbones y el triunfo de Felipe V
habían supuesto la supresión de los fueros de la corona de Aragón, aunque permanecían los vascos y navarros.
Infante Carlos María Isidro de Borbón.
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Tras la Primera Guerra Carlista el gobierno
liberal no suprimió totalmente los fueros del País Vasco y Navarra, ya
que el convenio de Vergara obligaba
al estado liberal a respetarlos siempre que no entraran en conflicto con el
nuevo orden constitucional. Serían finalmente suprimidos tras la Tercera Guerra Carlista, obteniendo a
cambio en 1878 las provincias vasco-navarras el llamado Concierto Económico.
No obstante, en 1845 Juan
Antonio de Zaratiegui, ayudante y secretario del general Zumalacárregui, dejó escrito que era un
error afirmar que los navarros habían tomado las armas en la primera guerra
carlista para defender sus fueros, ya que en 1833 estaban plenamente vigentes.
En su obra «Vida y hechos de don Tomás de
Zumalacárregui» Zaratiegui afirmaba
poder demostrar que el alzamiento en
Navarra no tuvo otro objeto que la defensa de los derechos a la corona de España del infante Carlos María Isidro y protestaba contra los que sostuviesen lo
contrario.
De acuerdo con el escritor fuerista José María Angulo y de la Hormaza, en el País Vasco y Navarra fue
precisamente el deseo de conservar los fueros lo que propició el fin de la
primera guerra carlista. El escribano
José Antonio Muñagorri popularizó
para ello, con la cooperación del gobierno, el lema de «Paz Y Fueros», que facilitaría la conclusión del conflicto mediante
el Convenio de Vergara firmado por
el general Maroto (considerado como
el gran traidor de la causa carlista).
Los fueros tampoco fueron, de hecho, la causa de que en el País Vasco y Navarra triunfase el alzamiento carlista
por segunda vez en 1872, sino los desórdenes y el anticlericalismo del Sexenio Democrático. Según Angulo y de la Hormaza, el deseo de
conservar los fueros habría sido incluso un impedimento para ir a la guerra,
hasta el punto que, al producirse el levantamiento, en una reunión en Zumárraga los representantes forales
vascongados llegaron a exclamar: ¡Salvemos
la Religión aunque perezcan los Fueros!
Según el liberal Fidel
de Sagarminaga, vincular los fueros al carlismo
era un error, ya que había sido la cuestión religiosa, y no los fueros, lo que
habían producido este movimiento en la región vasco-navarra, donde a diferencia
de otras regiones españoles, no había habido insurrecciones carlistas entre 1839 y 1868, durante todo el reinado de Isabel II.
Próximo capítulo: Mata Hari, la espía
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