Los comunistas se
opusieron por temor a que los Romanov fuesen asesinados por los
bolcheviques, y Kerenski decidió enviarlos a Tobolsk, en Siberia, un territorio en el que aún había muchos simpatizantes de
la monarquía.
Tras el golpe
bolchevique a comienzos de noviembre y el derrocamiento de
Kerenski, los comunistas apresaron a los Romanov y en abril los
condujeron a Ekaterimburgo, en los Urales. Fueron recluidos en
la casa Ipatiev, una mansión incautada a un comerciante, y
recibieron desde entonces un trato considerablemente peor al que les
había dispensado el Gobierno provisional. El 16 de julio, Lenin
envió desde Moscú la orden de ejecutar a los Romanov.
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La familia Romanov en 1913. De izquierda a derecha, Olga, María, el zar Nicolás II, la zarina Alejandra, Anastasia, el zarévich y Tatiana. |
En la noche del 16
al 17 de julio de 1917, ya pasada la medianoche, un pelotón de
nueve bolcheviques encabezado por Yákov Yurovski condujo al
sótano de la casa Ipatiev a la familia Romanov, al médico de la
corte, el doctor Yevgueni Botkin, al mayordomo Alexei Trupp, a la
asistenta Anna Demidova y al cocinero de la familia, Ivan
Kharithonov. Cada uno de los bolcheviques tenía previamente
encomendado el asesinato de cada una de sus víctimas. Una vez
llegaron al sótano, Yurovski les leyó la orden de ejecución,
dirigida al Zar, bajo el pretexto de que “tus parientes
continúan con su ataque a la Rusia soviética”.
El Zar, incrédulo
ante lo que acababa de escuchar, preguntó “¿qué, qué?” y
Yurovski leyó de nuevo la orden. A continuación, él mismo asesinó
a Nicolás de un disparo con su pistola. Los otros bolcheviques
también dirigieron sus primeros disparos contra el Zar, que murió
acribillado. El resto de la familia y sus acompañantes fueron
asesinados a continuación.
La salvaje ejecución
duró unos 20 minutos. Se dispararon unas 70 balas. Tras el
asesinato, los cuerpos de las víctimas fueron llevados en un
camión hasta el bosque de Koptyaki. Los cuerpos
fueron arrojados a un pozo y se vertió sobre ellos ácido
sulfúrico para que no pudiesen ser identificados si los
localizaba el Ejército Blanco. No satisfecho con esto, Yurovsky
arrojó varias granadas de mano a la fosa.
El detective ruso
Alexander Avdonin y el cineasta Ryabov localizaron la fosa a
finales de mayo de 1979. Como aún se mantenía el régimen
comunista y no encontraron a ningún científico que aceptase
examinar los restos, decidieron volver a cubrir la tumba. Durante
décadas se especuló con la posibilidad de que Anastasia hubiese
sobrevivido, llegando a convertirse casi en una leyenda. En 1991
funcionarios soviéticos exhumaron de forma oficial los restos, con
tan poco cuidado que destruyeron pruebas valiosas para la
identificación de los restos.
Tras la caída del
comunismo, justo cuando se cumplían 80 años después del crimen, el
17 de julio de 1998, el Gobierno ruso trasladó los restos hallados
en la fosa a la Catedral de San Pedro y San Pablo, en San
Petersburgo. Los féretros de los cuerpos hallados hasta el
momento fueron portados a hombros por oficiales del Ejército Ruso, y
la comitiva fúnebre recibió los honores de la tropa, presentando
sus armas ante los ataúdes. El féretro de Nicolás fue cubierto
con la bandera imperial rusa y con un sable. Los
restos de Alexei y de una de sus hermanas, supuestamente María,
fueron localizados en 2007 en Koptyaki.
En agosto de
2000, la Iglesia Ortodoxa de Rusia anunció la canonización del
Zar y de su familia. Ese mismo año se inició la construcción de la
Iglesia de Todos los Santos en Ekaterimburgo, levantada en el lugar
donde se encontraba la casa Ipatiev en la que fueron asesinados los
Romanov.
En 2008, el Tribunal
Supremo de la Federación Rusa dictó una sentencia rehabilitando al
Zar Nicolás II y a su familia y declarándoles víctimas de la
represión política de la dictadura comunista.
Próximo capítulo: El final de la I Guerra Mundial.
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