“El caminante
impenitente hace de la ruta su albergue”
(Elogio del caminar, David Le Breton)
Suelo contar, al que tiene la paciencia de escuchar, que he
sido afortunado por la vida, “que me ha dado tanto” como dice la canción de Violeta Parra, interpretada mejor que
nadie, por Mercedes Sosa. Desde muy
joven y después de una infancia feliz, rodeado de la pandilla constituida por
mis siete herman@s, comprendí que había aprendido a volar y soñar. Sobre todo
gracias a la formación humanística que me dieron mis progenitores.
Para escándalo, asombro o regocijo del selecto círculo de
amig@s o conocid@s que siempre me han acompañado, repito, desde hace años, que
no me importaría morir en este mismo instante, lo que no quiere decir que lo
desee, pero que a mi edad, recién cumplidos los 60, creo haber logrado la
mayoría de los objetivos que pueden calificar de plena tu propia existencia. No
tod@s podrán afirmar lo mismo.
Mi dosis de osadía me impidió quedarme en el redil del común
de los mortales y me lancé a la carrera de vivir la vida apasionadamente en el
terreno que le es propicio a los que ahora denominan emprendedores. Gocé y todavía disfruto de mi larga carrera profesional
como periodista, un oficio que mi padre consideraba propio de personas de mal
vivir. Al respecto diré que hace poco, en Málaga,
provincia en la que residí un buen puñado de años y que adoro, un joven, pero
ilustrado y admirado colega, me comentó que en los términos actuales yo sería
un influencers, calificativo que me
halagó y tomé como un piropo.
Ramón Triviño. |
He viajado por una parte importante del mundo, aunque ahora tengo
la pereza de hacer y deshacer maletas y la sensación de sentirme maltratado en
los insoportables aeropuertos. He sido pleno en vivencias y experiencias, creo
que amé y fui amado con intensidad ilimitada, aunque todavía no se me haya pasado
el arroz. Casi siempre me he sentido muy querido. Reconozco que muchas veces viví
al límite, en ocasiones haciendo demasiados equilibrios sobre el alambre. Además,
quiero resaltar que he sido padre de un hijo del que me siento más que
orgulloso, que a su vez me dio un nieto que hace que se me caiga la baba. No
pensé que llegaría a ser abuelo.
A modo de resumen, decir que ahora puedo suscribir, de
principio a fin, la letra de otra preciosa pieza musical, en este caso interpretada
por Frank Sinatra, titulada A mi manera.
La vida da muchas vueltas y confirma que sus caminos son
inescrutables. Tanta intensidad, emoción y riesgo me pasaron su correspondiente
factura. Padecí problemas cardiovasculares, sufrí una depresión severa y, más
tarde, un pequeño accidente cerebral, el temido ictus, que además de las
pequeñas secuelas puso en evidencia que mis cañerías,
como me dijo un neurólogo, no estaban en muy bien estado. Más bien todo lo
contrario.
El período de convalecencia y recuperación me permitió
iniciar profundas reflexiones sobre la vida misma, de la mano del que sería a
partir de entonces mi mentor, al que nunca podré compensar tanta ayuda. Aprendí
que las frecuencias armónicas en
nuestro cuerpo y espíritu son el centro de la salud de cada individuo.
Me enseñó que la
búsqueda de mayores niveles de salud es lo más importante en la vida del ser
humano y que necesitas asumir la responsabilidad de tu propia salud y por lo
tanto, iniciar un proceso de acercamiento esencial, que te permita redescubrir
el significado más completo de la salud. Sin darme cuenta había emprendido la
experiencia de buscar la salud como camino de vida.
Una oportunidad que creo que ha transformado por completo mi
existencia y que me lleva a planteamientos vitales que, siendo la misma persona
que era, me ha abierto nuevas posibilidades que antes ni tan siquiera me había
planteado y que gracias a ellas he podido acceder a nuevas áreas de
conocimiento que invitan a plantear, por ejemplo, la existencia de las cosas que
ves, o que realmente lo que existe no es lo que ves.
Esta afirmación, que dicha así parecerá una chaladura, producirá una sonrisa al ser
leída por otro de mis mentores de la nueva etapa de vida, que me obligó a
reflexionar sobre el pensamiento de Albert
Einstein que mantiene que “no podemos resolver problemas usando el mismo
tipo de pensamiento que usamos cuando los creamos”.
En conclusión, me encuentro pletórico de energía, he
aprendido a observar y a escuchar con mayor atención todavía, y deseo poder
compartirla con los que se crean necesitados de ella. Desde hace meses tengo la
impresión de que me he transformado en un santón.
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