En el valle de Aezkoa, a 5 kilómetros de la frontera entre Navarra y Francia, en plenos Pirineos se alzan las ruinas de la Real Fábrica de Armas y Municiones de Orbaizeta. Se construyó en el siglo XVIII sobre una antigua ferrería, ya que esta se ubica cerca de unas minas hierro y rodeada de bosques cuya madera podía ser utilizada como fuente de energía en los hornos. Fue declarada Bien de Interés Cultural en el año 2007.
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Fábrica de Armas. |
La explotación surgió cuando la existente en Eugi, también en Navarra, agotó los bosques de su entorno. Carlos III decidió entonces levantar una nueva que les proveyera de munición y armamento para las sucesivas guerras en las que tomaba parte la Corona en la época.
El objetivo de la fábrica era el abastecimiento de armas y munición al ejército. Fue cedida a la corona y su existencia fue corta, apenas un siglo, pero muy azarosa. Su proximidad a la frontera la convirtió en objeto de constantes saqueos e incendios, pero conseguía resurgir una y otra vez hasta que en el siglo XIX fue clausurada definitivamente.
De su importancia hablaba un informe de un agente secreto francés en 1835, en el que señalaba: “Situada a dos leguas del Bidasoa, cerca de la Selva de Irati, tan renombrada por la abundancia y excelencia de sus maderas de construcción, y rodeada de numerosas fábricas que fabrican el mejor hierro conocido, que se vende a muy bajo precio“.
En la actualidad, las ruinas han sido devoradas por la vegetación, y escondidas bajo un manto verde de musgo a la espera de los trabajos de recuperación. Su aire enigmático y el ser una importante muestra de la arqueología industrial del siglo XVIII le ha valido la declaración de Bien de Interés Cultural.
El antiguo complejo fabril se articulaba en tres niveles integrando la fábrica, un poblado, la iglesia, las viviendas de los obreros y un ingenioso sistema que conectaba las carboneras y los almacenes minerales con la propia boca de los hornos a través de unas plataformas aéreas.
Más de 150 trabajadores y sus familias, junto a tropas de vigilancia vivieron durante años en este frondoso y perdido rincón de la Selva de Irati. En él se llegaron a fabricar hasta 3.600 bombas anuales.
Su aislamiento, que encarecía la materia prima, los grandes gastos de mantenimiento así como los citados continuos asaltos y saqueos hicieron que el complejo cerrara sus puertas definitivamente a finales el siglo XIX.
El posterior abandono fue devastando las moles edificadas hasta convertirse en ruinas que la maleza ha ido escondiendo con el paso del tiempo. Aún hoy se distinguen los hornos y la canalización del río Legartza, pero el estado del recinto requiere de una importante restauración.
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