Mastodon Clave Menor: La depresión de Felipe V

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sábado, 2 de octubre de 2021

La depresión de Felipe V

 

El primer Borbón que reinó en España, Felipe V, fue víctima de constantes depresiones, que a juicio de algunos investigadores le llevaron a rayar la locura. Por ejemplo, una tarde de octubre de 1717 creyó que el sol le atacaba mientras montaba a caballo y que la muerte lo perseguía.


Retrato de Felipe V.


A partir de ese momento no se dejaba cortar el pelo ni las uñas por miedo a que sus males aumentasen, llegando a crecerle las de los pies tanto, que no podía caminar. Creía estar muerto y preguntaba a sus lacayos la razón de por qué no lo habían enterrado. Se tocaba y decía que le faltaban los brazos y las piernas y que era una rana.


Felipe V, que apenas hablaba español y no conocía las costumbres españolas, sufrió un choque cultural a su llegada. No le gustaba la forma de vestir de los españoles, donde el negro era síntoma de la máxima elegancia, ni le interesaba su literatura ni su comida. Sus constantes choques con los cocineros de palacio, que se negaban a preparar comida francesa, provocaron una huelga en las cocinas que tuvo graves consecuencias para el rey en su noche de boda.


Felipe V de Borbón fue el sucesor elegido por el último monarca de la casa de Austria, su tío-abuelo Carlos II, para convertirse en el primer rey de la casa de Borbón en España, tras imponerse en la Guerra de Sucesión española. No obstante, su larguísimo reinado de 45 años y 3 días quedó marcado por el deterioro de su salud mental y la fallida abdicación a favor de su hijo Luis I, que falleció 229 días después de ser coronado víctima de la viruela. Finalmente, Felipe V, llamado el Animoso por la oscilación de su humor, falleció con la corona todavía en su cabeza y sumido en un estado de locura tan evidente que hasta los pintores de cámara se vieron obligados a reflejar la decrepitud del rey, hinchado y torpe, con las piernas arqueadas y la mirada perdida.


El futuro rey de España había sido un adolescente tímido, abúlico e inseguro que caía continuamente en breves periodos de depresión. De este estado pasaba a uno de euforia en cuestión de minutos, como hizo gala en varias batallas contra los partidarios de los Austrias. Pocos años después de finalizar la guerra, y cuando se vio enclaustrado en el viejo Alcázar de Madrid, empezaron a aparecer con mayor frecuencia los síntomas depresivos.


Según los investigadores de su biografía, su adicción incontrolada al sexo, mezclado con sus temores religiosos era lo único que consiguió mantener ocupada la cabeza del rey. Su primera mujer, María Luisa Gabriela de Saboya, que se casó con 14 años, supo satisfacer hasta su prematura muerte las exigencias del hombre fogoso en el lecho real. La reina falleció en 1714, después de darle dos herederos varones, hecho que coincidió con los primeros síntomas de la enfermedad mental que consumió poco a poco la salud del rey.


Un punto recurrente en sus episodios de locura desde 1717 fue la relación con su segunda esposa. Siete meses después de la muerte de la reina María Luisa, contrajo matrimonio con la italiana Isabel Farnesio de Parma. Una mujer hacia la que desarrolló una fuerte dependencia sexual y afectiva, que se asentaba en el carácter férreo y autoritario de ella. Ambos se hicieron inseparables y engendraron al que sería el futuro Carlos III, pero la reina tuvo que sufrir la fase más dura de la enfermedad del rey.


Tanto fue así que el monarca se obsesionó con que su ropa y la de su esposa irradiaba una luz mágica por lo que estableció vigilancia permanente sobre su vestuario personal y encargó a monjas que la elaboraran exclusivamente a partir de entonces, como medida para espantar al diablo. Pese a todo, Felipe V no tardó en mostrar un grave problema de higiene personal ya que no se cambiaba de ropa interior hasta que quedaba hecha jirones y nunca se ponía ninguna camisa que su esposa no hubiera utilizado antes.


Los expertos estudiosos de su biografía diagnosticaron la existencia de un trastorno bipolar. De hecho, a partir de 1728 el rey empezó a vivir durante la noche y a dormir durante el día. Recibía a ministros y embajadores después de la medianoche en sesiones palaciegas que duraban horas. En sus años finales, Felipe V se recluyó en el palacio de El Pardo, donde vivía de forma huraña y andaba desnudo ante extraños; se pasaba días enteros en la cama en medio de la mayor suciedad, hacía muecas y se mordía a sí mismo, cantaba y gritaba desaforadamente, alguna vez pegó a la reina, con la cual se peleaba a voces y repitió tanto sus intentos de escaparse que fue preciso poner guardias en la puerta de su alcoba para evitarlo.


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