La soledad como problema. |
En España, según
los datos del estudio del INE, había
4.732.400 personas viviendo solas en 2018, de las cuales un 43,1 por ciento
tenían 65 o más años. Y de este porcentaje, casi tres de cada cuatro son
mujeres. Por lo que se refiere a los hogares unipersonales con residentes
menores de 65 años, el 59,1 por ciento estaban formados por hombres y el 40,9
por ciento por mujeres. Los hogares unipersonales con personas mayores de 65
aumentaron un 3,9 por ciento y, atendiendo al estado civil, las viviendas
unipersonales de hombres más frecuentes estaban formadas por solteros (58 por
ciento del total) y los de mujeres por viudas (47,3 por ciento).
Aunque hay que tener claro que no es lo mismo vivir solo que
sentirse solo. Hay mucha gente que vive sola pero no siente sola. Simplemente lo
hacen porque les apetece y son felices así. Son los llamados 'solos voluntarios'. Luego están las
personas que viven acompañadas o en familia y se sienten enormemente solas. No
hay una correlación obligatoria entre soledad física y psicológica.
El aspecto más preocupante es de las personas que viven
solas por obligación. Personas mayores, especialmente mujeres, a las que el
fallecimiento de su pareja aboca a una soledad de la que es difícil salir si no
se apela a dos pilares fundamentales en la sociedad, la familia y la amistad. Y la dirección en que se mueve esta sociedad
no parece facilitar el empleo de esas dos herramientas. Se está perdiendo el
sentimiento de comunidad, el barrio, la familia amplia.
La soledad, voluntaria u obligada, gana presencia en la
sociedad gracias, entre otros factores, a la consolidación del individualismo.
Crece el número de jóvenes que optan por vivir solos, si se lo pueden permitir,
después de hallar una estabilidad laboral.
La vida en pareja bajo un mismo techo es una opción que
pierde adeptos ante el temor a que la relación no avance en la dirección
deseada. En este sentido, los expertos creen
que vivimos en una época de enorme individualismo y falta de empatía hacia el
otro. Hay una falta de comunicación en las parejas que viene derivada de ahí.
En muchas ocasiones, las personas ven más veces a sus
compañeros de trabajo que a su pareja. No se habla porque no hay tiempo para
hablar. Se prefiere ver la televisión o chatear por WhatsApp. Muchas veces, los problemas de la soledad llegan tras esa
falta de comunicación.
El reverso contrario, el paro y la precariedad laboral,
también pueden conducir a ese mismo estado de soledad. El empleo le da una
persona un estatus y prestigio social. Los que lo pierden o todavía no lo han alcanzado,
como les ocurre a muchos jóvenes, se ven desplazados. El porcentaje de jóvenes
entre 25 y 29 años que vive con sus padres ha subido un 4,6 por ciento en los
últimos cinco años hasta situarse en un 53,1 por ciento, según el INE.
Se tiende cada vez más a unas relaciones personales frías,
casi de diseño, pero que no son genuinas ni nos hacen crecer como personas.
Además, cada vez tenemos menos tolerancia a las emociones negativas, que son
tan necesarias para la vida como las positivas. Estamos en un momento en el que
se pretende sustituir las redes sociales tradicionales, como la familia y la
comunidad, por otras virtuales.
La soledad origina situaciones dramáticas como la que
recogía el pasado 24 de abril el diario “El
País”, “En los últimos cinco años, nadie ha echado en falta a Amanda J., una vecina del distrito
madrileño de Salamanca de 83 años.
Al menos hasta la semana pasada, cuando una sobrina suya que vive en Israel denunció ante la Policía Nacional su desaparición.
Cuando los agentes llamaron a la puerta, nadie les contestó. Decidieron
entonces avisar a un cerrajero para que la abriera. La anciana estaba tirada
muerta y momificada en la cocina. El caso de Amanda se repitió hasta en 17 ocasiones en la capital durante el
año pasado, según datos del Ayuntamiento
de Madrid. La autopsia al cuerpo de Amanda
desveló que pudo morir a principios de 2014 tras sufrir un ictus”. Un auténtico
drama.
Próximo capítulo: Bicentenario del Prado
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