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sábado, 3 de abril de 2021

El triste final de Manuel Azaña (y II)

 

En la entrada anterior conocimos que Manuel Azaña había cruzado la frontera francesa a pie el 5 de febrero de 1939. Lo acompañaban su mujer, Dolores de Rivas Cherif, y parte de su familia, incluido su cuñado y colaborador cercano Cipriano de Rivas Cherif, y otros miembros del Gobierno español.


Tumba de Manuel Azaña.


Una vez fuera de España, el ya expresidente y su familia emprendieron un periplo por suelo francés que se alargó durante más de año y medio y estuvo condicionado por el inicio de la II Guerra Mundial y la invasión alemana de Francia en la primavera de 1940.


Tras un breve paso por una pequeña localidad junto a la frontera Suiza, Azaña se trasladó a Pyla-sur-Mer, en la costa atlántica, a unos 60 kilómetros de Burdeos. Pero ante el avance del ejército alemán, las autoridades francesas le recomendaron que se trasladara a la zona no ocupada.


Sin rumbo concreto, Azaña y su mujer abandonan la Pyla-sur-Mer en ambulancia y luego de dos noches en Périgueux, el 25 de junio llegan a Montauban, donde son acogidos por un grupo de refugiados españoles. Hay coincidencia en que en ese momento empieza su decadencia física, que va casi en paralelo al desencadenamiento de la II Guerra Mundial. Además, la policía francesa y española le iban pisando los talones".


Había dos personas muy interesadas en convertirlo en una especie de trofeo de guerra, llevarlo a Madrid y exhibirlo como culpable de todo lo que había ocurrido, José Félix de Lequerica, el embajador español, que ha pasado a la historia por su celo a la hora de perseguir a los republicanos españoles, y Ramón Serrano Súñer, cuñado de Franco y filonazi.


Por otra parte, hubo varios intentos de secuestrar a Azaña que no tuvieron éxito porque Azaña falleció. El aislamiento y el abandono del expresidente de la República es un hecho evidente. La única potencia que se va a interesar por él será México, que había sido uno de los pocos países que apoyaron abiertamente a la República española durante la guerra y nunca llegó a reconocer al general Franco. De hecho, el embajador mexicano decidió alquilar unas habitaciones en el Hôtel du Midi, junto a la catedral de Montauban, donde Manuel Azaña residió desde el 15 de septiembre.


Esa residencia, protegidas por personal de seguridad mexicano frente a posibles intentos de secuestro y sufragadas por la embajada de México, se convirtieron en una extensión de la representación diplomática ante el régimen colaboracionista de Vichy. México tuvo una actitud muy clara y sencilla con el gobierno republicano en 1936 defender a la República porque era un Estado constituido democráticamente.


Azaña pasará en el Hôtel du Midi sus últimos 50 días. Su estado de salud empeoraba. "Ya me ve. Tengo una cosa en el pulmón derecho, otra en el izquierdo, la vista, la boca... Estoy hecho una zambomba", le dijo el propio Azaña al dirigente socialista Rodolfo Llopis el 25 de septiembre del 40. Pese a los repetidos intentos del embajador mexicano, las autoridades francesas se negaron al traslado del enfermo y rechazaron una posible salida del país.


La noche del 3 de noviembre, el expresidente yacía en su lecho de muerte, acompañado de su mujer y de algunos fieles, así como de miembros de la legación mexicana. Al día siguiente, el embajador de México le envió un mensaje al presidente Cárdenas en el que le comunicaba que el exmandatario español había fallecido en "dependencia de la legación de México en Montauban bajo el amparo de nuestra bandera".


En torno a las 11 de la mañana del 5 de noviembre de 1940, un cortejo fúnebre con cientos de refugiados republicanos españoles recorrió las calles de la pequeña ciudad francesa. Al frente, los principales miembros de la legación diplomática mexicana ante el régimen de Vichy, instaurado por el mariscal Philippe Pétain simpatizante del nazismo.


Bajo la atenta mirada de las fuerzas de seguridad, el féretro de Manuel Azaña llegó al cementerio en el cual sus restos reposan desde hace 80 años. Lo cubría una bandera de México. Temerosas de que el funeral pudiera convertirse en un acto político, las autoridades francesas prohibieron expresamente que la bandera republicana española cubriera su féretro.


Manuel Azaña fue enterrado bajo una sencilla lápida en la que solo destacaban una cruz y un nombre: Manuel Azaña, 1880-1940. En 2008 se añadió una escultura y, algo después, unas placas conmemorativas. En una de ellas se puede leer un recordatorio de las últimas palabras de Azaña "a sus compatriotas en guerra: paz, piedad, perdón".

sábado, 27 de marzo de 2021

El triste final de Manuel Azaña (I)

 

A las seis de la tarde del 4 de febrero de 1939, el presidente del Gobierno de España, Juan Negrín, acompañado por el ministro de Estado, se presentó en la humilde morada de La Vajol del presidente de la República, Manuel Azaña, enclavado en una pequeña aldea en los Pirineos, a quien acompañaba a el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrios. Eran las más altas autoridades de la República y estaban allí para cumplir la resolución adoptada por el Consejo de Ministros, que disponía que el presidente, acompañado de un ministro y del presidente de las Cortes, se trasladaría a París y se instalaría en la embajada de España hasta que el Gobierno pudiera organizar su vuelta a Madrid.


Manuel Azaña.


Eso fue, más o menos, lo que Negrín dijo a Azaña ante el silencio de los otros dos participantes en la reunión. “Amigo Negrín, respondió Azaña, saldré de Cataluña cuando usted quiera, pero cuando salga lo haré definitivamente […] Conviene que usted sepa, además, que si voy a Francia no pienso instalarme en la embajada. Me trasladaré a casa de mi cuñado, en Collonges-sous-Salève, y allí permaneceré”.


Siguió un tenso diálogo, en el que Negrín insistió en la necesidad de anunciar, con su marcha, la decisión de su retorno y en el desastroso efecto que produciría la residencia en casa de sus familiares, como si el presidente de la República renunciara al esfuerzo final. Azaña, inamovible en su decisión de no volver a España por lo que esa iniciativa tenía de continuar la guerra, accedió sin embargo a instalarse en la embajada.


El domingo, 5 de febrero, a las seis de la mañana, emprendieron la triste marcha hacia el destierro. Eran una veintena de personas. Unos cuantos jóvenes fueron delante para situarse en el puerto. Los mayores se acomodaron como pudieron en los coches de la policía. A Martínez Barrio se le ocurrió meterse con un familiar en un viejo utilitario que antes de remontar la pendiente se rompió obstruyendo el paso a los demás. Recorrieron lo que quedaba de camino a pie, hasta llegar a lo alto, cuando clareaba el día. Hacía un frío glacial y el presidente de la República, su esposa, Dolores de Rivas Cherif, el presidente del Gobierno, Juan Negrín y el ministro sin cartera José Giral, atravesaron la línea divisoria entre España y Francia por el puesto de la aduana de Chable-Beaumont, seguidos de Cipriano de Rivas, Santos Martínez y una reducida guardia militar.


Luego pasó el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, algunos funcionarios de su secretaría y de la escolta. El descenso hasta Les Illes, por una barrancada cubierta de hielo, fue más difícil que la subida. Martínez Barrio se cayó dos veces y se lastimó, Giral, Riaño y algunos más también tropezaron, no así Azaña, que para algo le sirvieron sus costumbres andariegas. Era la otra cara del fin de la República Española que a muy pocos kilómetros de allí, en la multitud apiñada en la frontera, encontró, por decirlo con palabras de su presidente, su más cruel e inmerecido destino. Provistos de un salvoconducto entregado por las autoridades francesas al otro lado de la frontera, en Les Illes, el presidente y sus acompañantes viajaron en dirección a Collonges-sous-Sàleve, a bordo de dos autos.


La Guerra Civil española, desencadenada como consecuencia del golpe de Estado del general Franco del 17 y 18 de julio de 1936, libraba sus últimas batallas. Cataluña había caído y el propio Azaña consideraba que alargar la contienda carecía de sentido. Pocos días después, el 27 de febrero del 39, Gran Bretaña y Francia reconocieron oficialmente al gobierno franquista. Azaña, que había sido presidente desde la victoria electoral del Frente Popular en 1936 y durante los tres años que duró el conflicto, presentó su dimisión.


Terminaba así, ya en el exilio y con un país aún en guerra, la carrera política de una de las personalidades más singulares de la España del siglo XX, por su altura intelectual, cuando llegó al poder tenía un proyecto de Estado en la cabeza y por su incansable defensa de la República.


Se suele decir que la República fracasó, pero la República no fracasó. La República había ganado las elecciones de febrero del 36, había un gobierno legítimo, elegido libre y democráticamente. Lo que fracasó fue el golpe de Estado de 1936. Si hubiera triunfado, no se habría desencadenado una guerra civil.


Próxima entrega: El triste final de Manuel Azaña (y II)